Promesa roja y dorada

Cuando mi cuerpo me de franquicia, cuando las fuerzas me den licencia, volveré a recorrer aquellas tierras lejanas de Oriente, más allá de Marco Polo. Volveré a caminar por los pasillos de ruiseñor del shogun y a navegar por el lago Ashi bajo la emocionante mirada del Fuji. Volveré a ver el universo en los ojos de los ciervos sagrados de Nara y a quedarme extasiado con la nieve de aquella geisha que cambió mi forma de mirar para siempre. En la misma cuna del mundo, donde un día fui feliz mientras me sonreía el sol naciente.

Cuando mis ánimos vuelvan a tener holgura, cuando mis piernas vuelvan a tener suspiros de mármol, volverán a llorar mis manos al volver a coger una peonía, mis ojos se volverán a estrellar en los farolillos de Gion al anochecer, y volveré a recorrer al atardecer, casi flotando, la senda de las camelias encendidas, mientras el Kabuki me espera tejiendo arcoíris.

En aquellas tierras lejanas donde un día fui feliz, mientras me sonreía la luna de Oriente.

Tengo ya hecha la mochila del alma, los ojos avisados, previstas las yemas de mis dedos, mis piernas en alerta y la fantasía en previsión de evaporación aérea. Cuando mi cuerpo me de licencia, volveré a aquellas tierras lejanas donde un día fui feliz.


Texto e imagen © Felipe Espílez Murciano

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