¿Puede un abrazo cambiar el mundo?
En muchas series de ciencia-ficción como “Star Trek” o el hilarante homenaje de Seth MacFarlane a ésta, “The Orville”, por poner dos ejemplos, aunque hay más, se presenta a la humanidad como una entidad unida y dispuesta a conquistar las estrellas que la rodean. En estas utópicas versiones de la civilización humana, el capitalismo ha desaparecido, el dinero es sólo un frágil recuerdo de un pasado ahora inconcebible y todo el mundo vive bajo el único propósito del bien común: el desarrollo de la humanidad bajo un mismo estandarte.
En estas series, las uniones de diferentes razas orgánicas (y no orgánicas) que pueblan un determinado consorcio espacial por antonomasia, suelen siempre tener una misma política que destaca por su principal punto: una directriz de no intervención para con las razas tecnológicamente menos avanzadas. Es decir: deja que los demás se desarrollen a su ritmo y no impongas nada a nadie.
Hoy en día, en el 2022, aquellos y aquellas que justifican el colonialismo y el imperialismo, suelen, con mucha frecuencia, hacer uso del argumento de que el colonialismo termina por beneficiar a los pueblos conquistados ya que estos vivían “como salvajes” y adoraban a “dioses ficticios”, entre otras muchas barbaridades. Sinceramente, esto se me antoja como premisas vagas e impuestas que ocultan horrores innombrables. Y así, la historia de la humanidad se forja como se ha forjado siempre, el más avanzado/más fuerte termina por conquistar al menos avanzado/más débil, y este último solo tiene la oportunidad de elegir entre las poco halagüeñas opciones de sucumbir luchando o sucumbir resignándose.
Por todo lo anterior es importante, a la par que sumamente interesante, observar a las tribus aborígenes que incluso tras el impetuoso avance de la tecnología y la globalización, continúan manteniendo un ritmo de vida y formas que les han permitido sobrevivir durante miles de años sin tener que adaptarse a las imposiciones de los nuevos órdenes mundiales.
En el sur de África, sobre el indómito desierto de Kalahari, existe un pueblo llamado los !Kung. Se trata de un pueblo de cazadores-recolectores en el que los hombres cazan y las mujeres recolectan. Existe una diferenciada división sexual del trabajo, pero sin embargo no hay una jerarquía social, simplemente una especialización del trabajo, que es distinto. Este pueblo trata a los niños con ternura y comprensión, la guerra para ellos un concepto inexistente y el concepto de la propiedad les es desconocido. No hay jefas, ni jefes. Se trata de una cultura en la que el alimento tampoco ha escaseado nunca. Básicamente se nutren de nueces de mongongo, el alimento principal que recolectan las mujeres, y aperitivos de carne que proporcionan los hombres, estos últimos más escasos e infrecuentes. Estos hombres y mujeres educan a sus hijos con tradiciones de respeto hacia la naturaleza, de arrebatarle al medio ambiente solo lo estrictamente necesario para sobrevivir y de que el trabajo por y para la comunidad es lo que les ha mantenido vivos durante tantos años. Son un pueblo comprensivo que adora a sus niños y niñas, que jamás duda en tratarlos con cariño y respeto a pesar de las dificultades, y que consideran que el contacto físico con sus infantes es una pieza fundamental para el desarrollo futuro de un adulto sano física y emocionalmente. Además, su cultura sexual, incluso con los adolescentes, es sorprendentemente abierta y progresista, lo cual, evidentemente contribuye a la creación de una sociedad juvenil sin tabúes ni imposiciones.
En la otra cara de la moneda, y en otro continente distinto, tenemos a los jíbaros del Valle del Amazonas, un pueblo beligerante que tanto en este mundo como en “el siguiente”, poseen un complejo sistema de jerarquías dominantes en las que siempre hay alguien por encima de alguien salvo, lógicamente, del Dios Creador Supremo. Estos pueblos torturan violentamente a sus enemigos y jamás abrazan a sus hijos, a los que intentan insensibilizar desde pequeñitos con el objetivo de que sean aptos para su modo de vida futuro: se dedican a la guerra. Las mencionadas jerarquías sociales prohíben y controlan la sociedad a todos los niveles y todas las edades, de esta manera el sexo entre adolescentes es un tema tan complicado y malinterpretado que con frecuencia suele llevar a malentendidos entre familias con desenlaces sumamente desafortunados.
Lo que deseo ahora mismo es que ustedes saquen sus propias conclusiones, en el campo que les parezca, sobre el terreno que ustedes deseen y aplicado a las circunstancias que consideren adecuadas. Pero antes quería mencionarles las conclusiones de un científico social norteamericano llamado James W. Prescott, el cual, desde su punto de vista, llega a la conclusión de que “todas las culturas en las que los niños son abrazados y los adolescentes pueden tener relaciones sexuales, terminan sin jerarquías sociales poderosas y todo el mundo es feliz. En cambio, las culturas que no permiten abrazar a sus hijos a causa de alguna prohibición social y que imponen un tabú sexual prematrimonial a los adolescentes, terminan matando, odiando y con poderosas jerarquías de dominación” 1Conclusiones del científico social James W. Prescott basadas en el trabajo antropológico de Robert Textor. Fragmento del libro “La diversidad de la ciencia. Una visión personal de la búsqueda de Dios”, de Carl Sagan.
Sí, desde nuestro punto de vista, hoy en día, puede parecer algo lógico y normal, ¿verdad? Analícenlo desde el punto de vista de la historia de la humanidad, desde el colonialismo y las tiranías dictatoriales… y vayan más allá, extrapólenlo a los diferentes ambientes de su vida diaria y de las diferentes culturas que nos rodean.