Racismo y clasismo

El homo sapiens, o humano “moderno” como lo conocemos, tiene la asombrosa edad aproximada de 250.000 años y surgió en el sur del continente africano, a orillas del río Zambeze. Mientras tanto, otra especie o raza de humanos, homo neanderthalensis habitaron Europa y gran parte de Asia occidental hace unos 230.000 años. Amén de errores de identificación y detalles aún por descubrir, y alguna que otra especie humana perdida en el tejido del tiempo como los misteriosos “denisovanos”, el resumen de todo esto es que las especies humanas se mezclaron, procrearon y conformaron a los humanos como usted y yo. Estos lapsos temporales fueron los únicos en los que se puede afirmar con total veracidad, que existieron dos o más razas de seres humanos.

Durante la conformación de la única raza humana que existe actualmente en la Tierra en el año 2021, los cuerpos de sus pobladores evolucionaron de maneras tan sorprendentes como variopintas. Podríamos decir que lo hicieron de manera muy presurosa y eficiente, ya que si tenemos en cuenta la edad aproximada del universo, 14.000 millones de años, entonces el periodo de evolución de nuestra especie se trata de un mero suspiro hacia el vacío. Y durante todo este tiempo, los organismos de nuestros antepasados solo atendieron a la razón de la fuerza más poderosa del universo cuando se refiere a seres orgánicos: los genes. Ellos fueron los encargados de moldear a sus recipientes para hacerlos, entre otras cosas, más resistentes a su entorno. Por ejemplo, varios genetistas rusos demostraron en 2017 que en las partes más frías del planeta, como Siberia, la gente tiende a tener una nariz y mandíbula superior más grandes que el resto. Y esto se debe “sencillamente” a ser capaz de calentar el aire lo máximo posible y saturarlo de vapor antes de que llegue a los pulmones. Así, por ejemplo, el clima influye en el desarrollo de facciones corporales e incluso tonalidades dérmicas.

Dicho y aclarado todo lo anterior, me aventuro a afirmar que… ¡no se puede ser racista! Básicamente porque en la actualidad no existen razas humanas. Punto.

Y si uno se empeña en ser racista “de libro” entonces lo que debería hacer es un estudio genético de la persona que odie y tratar de averiguar si sus ancestros eran sapiens, neandertales, denisovanos… Y si los resultados no coinciden con los de sus antepasados, oye pues mire usted, quizá ahí sí podría ser un racista de manual, aunque sería bastante estúpido, también debo decírselo.

Desafortunadamente muchos de los casos de racismo que vemos hoy en día son producto de una lucha que lleva impresa en nuestra psique desde hace cientos de años: la lucha de clases. Y corresponden a una mera cuestión de estatus social y no de color de piel, etnia o religión.

– Soy “negro”, y quiero entrar a un país de “blancos”. Vengo a trabajar y a tener una vida decente, pero ahora mismo no tengo dinero.

– Vuélvase usted por donde ha venido.

– Soy “azul”, aunque a veces me pongo “verde”, y tengo muchísimo dinero, mire, mire…

– ¡Ohh! ¡Qué gran noticia! Pase, pase… ¿Le voy templando la pipa de la corruptela, mi nuevo amo y señor?

Por desgracia esto no es una opinión, es un hecho que veo a diario, a mi alrededor. Hay gente a la que no le importa tener una amistad de una etnia o color de piel distinto, siempre y cuando “tenga dinero” y “solo venga de visita”; mientras que luego se ponen enfermos cuando una persona del mismo aspecto venga embutida en un barco en busca de una vida digna, pidiendo ayuda y demandando un trato humano. Esa es la misma clase de gente que ante un artículo como estos te alegará: “muy bonito eso que dices, ¿por qué no les acoges tú en tu casa y les regalas tu coche y tu dinero?” * 

Piénselo usted bien, porque el tema tiene miga. 

Racista: no me gusta porque es blanco, negro, tostado o amarillo.

Clasista: no me gusta porque es pobre, me da igual que sea blanco, negro o amarillo.

*La inteligencia justa pa’ pasar el día, y aun así por la noche ya se queda cortito.

© Daniel Borge
Imagen de Sergio Cerrato en Pixabay 

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