Rocinante
¡Hace tanto tiempo! Que ya no siento el peso de la armadura chirriante y oxidada de mi amo sobre mi grupa.
Ignoro porque yazco abandonado a mi suerte, en esta vieja cuadra de una población manchega.
Aguardando pacientemente revivir como en otro tiempo, inquietantes aventuras.
Alguna vez, cuando los mozos vienen a rellenar de alfalfa los pesebres.
En sus conversaciones he creído entender, que mi querido amo a muerto.
!Muerto D. Alonso!
Yo, que he llevado sobre mis lomos en infinitas ocasiones el peso de sus huesos y de sus sueños.
Yo, que he trotado, he galopado y he paseado los polvorientos caminos de sus desvaríos.
Yo, qué junto al medroso pollino de su compañero de lances ,llama bolo ,el: Buen Sancho.
Me he sentido el indigno vehículo de los afanes de un gran caballero.
De un excelente señor.
Tan humilde de espíritu ,como grandioso en sus anhelos.
Ay! y no volver a vislumbrar en lontananza, los brazos giratorios de aquellos desaforados gigantes que desquiciaban su razón.
Yo que he oído en mis anodinas orejas ,
Los discursos arrebatados, los justos improperios, los filosóficos monólogos, y hasta los tristes suspiros de don Alonso.
!Ya no he de volver a transportar, su bondadosa locura sobre mis lomos!
Y las palabras que dedicaba en nuestra solitarias cabalgadas.
!Rocinante, viejo amigo!
Quién mejor que tú, mi compañero, mi alma gemela.
!Inocente y escuálido jamelgo!
Conocedor de las costuras, las visiones,
los deseos, las templanzas y destemplanzas de mi ánimo.
Que haré el resto de mis vacuos días?
Si he perdido la única razón de mi innoble y bestial existencia?
!D. Alonso!
Habitareis en la gloria de vuestros anhelos?
Y os acordareis de esta vuestra triste cabalgadura que tanto os extraña?
Desde la innoble soledad de esta mezquina caballeriza,
Así lo deseo.
Así lo presiento.
Imagen: Rocinante en el suelo, tras la aventura de los molinos de viento. Ilustración de Gustave Doré