Sed eterna de Carmen Nöel

Como una madeja de luna,
entre los dedos tejo la rosa blanca que se me abre,
estrella rota y ardiente,
colgada del abismo de la noche.
Su voz antigua lanza un grito blanco como un sollozo largo y cansado,
como el latido del mar en su laberinto.
En su genético canto heredado cabalga el misterio.
Como una gacela herida lo busco y lo llamo
mientras me trago su aliento de sal
y su empeño herido,
en un afán de catarsis y de universo.

El corazón me golpea con una voz desorbitada de viento
como queriendo ganar un rincón en mis ojos
o estallando en el ardiente crepitar de las tinieblas.
La mariposa gigante y negra se me posa entre los labios.
Su beso negro se queda clavado,
rozando apenas el filo de un sueño que se abrasara,
o dibujado en el rictus de una lágrima caliente
como una sombra del alma que fuera,
apenas quemando,
callando,
matando,
viniendo…

Colgada de la noche llamo al tiempo y a su patético canto.
De sus guaridas antiguas despierta con los cabellos de arena deshechos,
y el grito negro del mundo estallando
desde la oscura tiniebla más densa de su garganta.
Allí invoco a la Musa y al dolor con su letargo
O a la hiriente voz del trueno sobre las cosas perdidas.
Y aunque todo el silencio me esconda,
y todo el olvido me mate,
y la orquídea negra se abra, enigmática y lenta,
sobre mis labios antiguos,
yo continuaré mi búsqueda, ciega y sola, por el universo,
como una madeja de luna tejiéndose,
como el latido del mar en su bramido hiriente,
como una sombra desesperada de sed.


© Carmen Nöel
Imagen de Antonios Ntoumas en Pixabay

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