Sombras
Tenía seis años, una muñeca de trapo y dos sombras. No había nada más divertido que apagar la luz de su habitación y encender una linterna. Sus dos sombras se proyectaban en las paredes y podían fingir que formaban un corro alrededor de una columna luminosa. Durante su infancia, nadie se percató de que tenía una sombra extra. No era como tener un ojo o una nariz de más. En ese caso, la hubiesen llevado al médico y todos hubieran evitado verla directamente a la cara. Pero contar con otra sombra era otra historia. No se lo habrían tomado demasiado en serio. Con los años comenzaron los problemas. Una de sus sombras se volvió más lenta y ya no alcanzaba a sincronizarse con sus movimientos. Era como un oscuro déjà vu que se materializaba sobre el suelo. Las personas comenzaron a notarlo y ella adquirió el hábito de rehuir de la luz. Una tarde, su sombra extra dejó de moverse. Ella se llevó una mano a la boca. Al principio se sintió asustada, pero tras meditarlo un momento llegó a la conclusión de que era lo mejor que podría haberle sucedido. Todavía era una mujer relativamente joven. Quizás podría volver a llevar una vida normal. Necesitaba un trago para terminar de aclarar sus ideas. Se dirigió hacia la cocina y sintió que algo ralentizaba su avance. Giró el cuello. Era el peso muerto de su sombra sobre las baldosas. Regresó a su sillón y, desde esa tarde, no ha vuelto a salir de su apartamento. A pesar de los aromatizantes, el hedor es cada vez más insoportable.