Titivillus
Escriba, un bello pero duro oficio

La creación de un libro en la Edad Media era un largo proceso, a menudo de años. A ello se dedicaban, principalmente, los monjes en los monasterios. Su labor era bella y enriquecedora, pero también era muy penosa, físicamente. Debían estar permanentemente inclinados sobre sus mesas de escribir (scriptorium) y no siempre con buena luz ni con las mejores condiciones ambientales. Además, exigía una gran concentración, pues si cometían un error debían comenzar de nuevo.
Para hacerse una idea cercana de las verdaderas condiciones en que desarrollaba su trabajo, podemos acudir a lo que dejo escrito un copista medieval sobre este asunto: “Apaga la luz de los ojos, se dobla la espalda y aplasta vísceras y costillas, trae gran dolor a los riñones y cansancio a todo el cuerpo”.
Las maldiciones

En esas condiciones, era lógico que los monjes quisieran estar protegidos ante el infortunio, pues era mucho el arte y el esfuerzo que empleaban en hacer las copias. De esa idea, de ese temor, nacieron las maldiciones.
Las maldiciones se insertaban en las primeras y las últimas hojas de los libros. Algunas eran verdaderamente terribles, lo que da idea de la preocupación que tenían, no solo los monjes, sino también los libreros y bibliotecarios, de que el libro viniera a mala fortuna por un uso inadecuado. La siguiente maldición da una idea de lo dicho:
«Aquel que robare, tomare y no retornare este libro a su dueño, que su brazo se transforme en una serpiente que lo muerda y rasgue. Que de él se apodere la parálisis y sus miembros queden malditos. Que desfallezca en dolor llorando por piedad, y que no haya descanso para su agonía hasta que él mismo cante en su disolución. Que los gusanos de los libros roan sus entrañas sin morir jamás, y cuando por fin se vaya a su castigo final, que las llamas del infierno lo consuman para siempre».
O esta otra:
«En el infierno, quien de este libro una hoja doblare, se tostará
quien una marca o manchón hiciere, se rostizará
y quien este libro robare, en el infierno se cocinará.»
Titivillus

Y entre medio de la intensa labor de los copistas y de sus maldiciones como medio de asegurar su trabajo, aparece Titivillus o Tutivillus, según los casos. Un demonio que estaba al servicio de Lucifer y que tenía como misión introducir errores en el trabajo de los escribas y frente al que poco valían las maldiciones, por razones obvias. Se da como primera referencia conocida de este diablillo al Tractatus de Penitentia, escrito en 1285 por John Galensis. En él se puede leer:
Fragmina verborum Titivillus colligit horum
Quibus die mille vicibus sí sarcinat ille.
Es decir:
Titivillus recoge los fragmentos de estas palabras.
con lo que llena su saco mil veces al día.
Andando el tiempo, las misiones encomendadas por Lucifer a Titivillus fueron creciendo y se extendieron a también a producir errores en el contenido de las oratorias religiosas, así como creando fallos de pronunciación en las disertaciones. También intervenía fomentando las charlas ociosas de los devotos y las murmuraciones con el objetivo de que cayeran en sus tentaciones y, de esta forma, poder llevarlos al infierno.
Pero también aquí reaccionaron los escribas. Vistas las indignantes acciones de Titivillus, y viendo que era imposible ganarle en su terreno, decidieron nombrarle demonio patrón de los escribas. De esta forma, se aseguraban una fácil excusa para los errores cometidos en los manuscritos; era Titivillus el responsable del error y no ellos. Una excusa muy infantil pero que pareció tener acomodo en las costumbres de la época medieval.
El caso de la Biblia maldita
En el siglo XVII, siendo rey de Inglaterra Carlos I, encargó la edición de una Biblia a Robert Baker y Martin Lucas, impresores reales de enorme prestigio. Una vez terminada la obra, y dada la aparente calidad de la edición, los ejemplares se vendieron con fluidez.
Nadie se percató de un grave error cometido en la edición y siguieron haciendo copias de la biblia. El error cometido estaba en la redacción del sexto mandamiento, pues decía, literalmente: «Cometerás adulterio», tras haber omitido por error la palabra “no”. El error se achacó rápidamente a Titivillus, pero de nada les valió a los editores. El rey, cuando se enteró montó en cólera y ordenó destruir la «Biblia maldita». Seguidamente les retiró la licencia para imprimir libros a los editores y los multó con la importantísima suma de 300 libras, llevándoles a la quiebra. Al no poder pagar la totalidad de la multa, Barker fue encarcelado en 1635, pasándose diez años entrando y saliendo de la cárcel por este motivo, hasta que al final falleció por una enfermedad contraída en presidio. La causa de que Barker se librara de la horca fue la de que hubo varios testigos que afirmaron que estaba borracho cuando estaba escribiendo la parte de los 10 Mandamientos. Esa borrachera, según un clérigo, fue incitada por Titivillus. A partir de entonces, Titivillus fue adquiriendo una presencia en la literatura; siempre de carácter maléfico y subversivo como se espera de un diablillo a las órdenes del mismo Lucifer.
El caso del sermón

Margaret Jennings en su artículo “Tutivillus: The Literary Career of the Recording Demon” (Estudios de Filología 74, no. 5, diciembre de 1977), describe la siguiente historia:
“Un diácono que rompe a reír en la iglesia durante el servicio es reprochado por su sacerdote. El diácono se defiende diciendo que durante el servicio había visto a un demonio escribiendo en un pergamino las palabras ociosas de algunos de los miembros de la congregación. El demonio llenaba rápidamente el pergamino, y para hacer más espacio en él, tiraba de la parte superior con los dientes. Al final el pergamino estaba tan sobrecargado (con tantos palabras ociosas y murmuraciones) que lo arrancó, y el demonio fue lanzado hacia atrás cayendo sobre su espalda y haciendo reír al diácono.
El sacerdote, vivamente impresionado por la historia se la transmitió más tarde a la congregación para que se diesen cuenta de que su cháchara durante el servicio sería anotada en contra de ellos para el Día del Juicio Final, porque en algún lugar en medio de ellos está el demonio observando y anotando las oraciones que, por su negligencia, se le roban a Dios”.
La Virgen de la Misericordia
A Titivillus se le suele representar con un saco o una pila de libros sobre su espalda. Se aseguraba que recorría los monasterios y lugares de trabajo de los escribas para recoger errores en los textos y guardarlos en el saco para llevarlos al infierno. Allí quedaban registrados como prueba de mala devoción cristiana y poder servir de reclamación en el Juicio Final.

La obra muestra a los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, bajo el manto protector de la Virgen de la Misericordia y los siguientes personajes:
Tres hijos de los Reyes Católicos:
- El príncipe Juan de Aragón (1478-1497), hijo primogénito de los Reyes Católicos.
- La infanta Isabel de Aragón (1470-1498), reina consorte de Portugal.
- La infanta Juana (1479-1555), que llegaría a un reinar en Castilla y Aragón como Juana I.
El cardenal Pedro González de Mendoza (1428-1495), arzobispo de Toledo y canciller mayor de Castilla.
Seis monjas vestidas con el hábito cisterciense y rezando.
Y junto a ellas aparece una abadesa con su báculo que ha sido identificada con la hermana del dicho cardenal, Leonor de Mendoza, abadesa del monasterio de las Huelgas de Burgos entre 1486 y 1499.
Dos diablos en la parte superior, fuera del manto protector de la virgen. El de la derecha porta un hatillo de libros a la espalda; imagen que se corresponde claramente con la del diablo Titivillus.
Y Titivillus llegó hasta una gárgola

Esta gárgola, representando a Titivillus, se encuentra en el edificio del Registro, en el 110 de George Street de Brisbane (Australia). En 1910 se efectuó una ampliación de la que fue (desde 1862 en Queensland) la Oficina de Imprenta del Gobierno. Esta oficina estaba dedicada a la impresión del registro oficial de los debates de la Cámara del Parlamento.