Tras la puerta

Celia, esa mañana muy temprano salió de su casa, rauda, y sin hacer ruido, no quería despertar a la bestia.

Entró en su coche comprobando antes que sus maletas estaban en el maletero.

Llevaba meses planificando esta huida, tenía que salir perfecta, así nadie la podría encontrar.

No tenía padres, hermanos o hijos, en definitiva, nadie que pudiera notar su ausencia.

Se había despedido de la empresa donde trabajaba, sin dar explicaciones. Solo recogió su finiquito y adiós.

Tenía un dinero ahorrado en una cuenta que se había abierto, de la que Juan no tenía noticia, por lo que contaba con poder sobrevivir un tiempo hasta afincarse en ese pueblecito perdido en el Pirineo Aragonés.

El sitio elegido no era ni muy grande ni muy pequeño, el tamaño adecuado para que no llamase la atención la llegada de un nuevo habitante.

Mientras conducía no quería tener la radio puesta, prefería estar sola con sus pensamientos y la atención centrada en la carretera.

Todo transcurría más o menos bien hasta que el “Pepito Grillo” que tenía en su cabeza comenzó el bombardeo.

–  ¡Celia ¿Estás convencida de lo que vas a hacer?

Te lo he dicho ya miles de veces, esto que estás haciendo es una locura.

¿Crees que no te va a encontrar?

Es policía y tiene contactos en todas partes, y sabrá buscar la manera de localizarte.

–  No seas pesado, te lo he dicho muchas veces, no puedo seguir viviendo así.

Los celos que le abrasan, le llevan a maltratarme de una manera cruel, sabe muy bien cómo hacerlo para que no se evidencien las señales y no pueda denunciarle, además no me serviría de nada, tiene el apoyo de toda la comisaría.

–  No seas cansina, que al final como pueda averiguar tu destino, las consecuencias van a ser peores.

– ¡Basta ya ¡déjame en paz.

Entonces, encendió la radio, lo que saliera le valdría con tal de dejar su mente libre.

Casualmente la emisora era “Radio Olé”.

No estaba para folclores y lamentos, cogió otra emisora, en su búsqueda salió una de la que suelen escuchar los más jóvenes, de rap, y esa “música” que detestaba. No, por favor, esta no la aguanto, siguió moviendo el dial hasta que llegó a una que tenía música de todos los momentos, de ayer y de hoy. Se quedó con esa, por lo menos podrá cantar mientras viaja.

Ha recorrido ya trescientos kilómetros, no ha parado ni para hacer un pis. Solo le faltan doscientos cincuenta y habrá llegado a su destino.

 Por lo menos es lo que le va diciendo el GPS, cuando lo conecta, le molesta mucho tener una voz que continuamente esté dando la murga con las indicaciones, realmente lo necesita más para saber llegar a ese pueblo.

En un momento dado, sin saber cómo ha ocurrido en la radio deja de sonar la música, lo que oye en ese momento son las noticias donde se da aviso de la desaparición de una mujer en la Ciudad de Guadalajara. Dan la descripción:

–  Mujer de 40 años, morena y de pelo largo, generalmente recogido en un moño alto, de complexión normal, peso aproximado 60 Kg, y altura de 1,80

– Su nombre es Celia Jiménez Cabezuelo.

– Suele vestir pantalón vaquero y camisetas deportivas.

– Si la ven, póngase en contacto con la comisaría más cercana.

– No podía ser, ya estaba la alerta dada. Lo había previsto y tenía una peluca, su indumentaria no era la habitual, poniéndose una serie de camisetas debajo de su vestido, para que pareciese algo más rellenita.

Pisó el acelerador, tenía que llegar rápido a su destino, allí sería su refugio.

Al entrar en una localidad más grande, lo primero que hizo fue dirigirse a un concesionario y comprar un coche de segunda mano, siempre tendría alguno y no sería muy caro. No quería que con la matrícula y descripción del suyo la pudieran localizar.

Ese trámite la retrasaría un tiempo, pero a cambio tendría más seguridad.

Anteriormente, entró en una gran superficie, y en el aparcamiento, haría el cambio de maletas de un coche a otro. Tendría que estar pendiente de que no hubiera cámaras cerca. Ahora las hay por todas partes, pero debía protegerse.

En este nuevo coche, el aparato de radio no era de los mejores por lo que no captaba bien las emisoras.

Juan se despertó. Celia ya se había levantado. Será hace tiempo, la cama no guarda su calor.

Echó los pies al suelo y mientras se calzaba las zapatillas, llamaba a voz en grito a su mujer.

No había respuesta a su llamada. Pero bueno…, si ya sabe que en cuanto grite su nombre, debe responder. Esta mujer es que no aprende.

Se dirige a la cocina. No está. Vuelve a llamarla, pero no hay respuesta. Se pone tenso y comienza a mirar el armario de su mujer, observando que faltan algunas prendas, ropa interior y algunos zapatos. Entra en el cuarto de baño, abre los cajoncitos donde guarda sus cremas y pinturas. No hay nada…

En ese momento de shock en el que se encuentra, se empieza a abrir por su mente una pregunta: ¿Se ha ido de casa? Todo indica que sí.

Bramó y gritó con una ira indescriptible.

No puede haber ido muy lejos, menos mal que como sospecha que tiene un amante, ya hace tiempo instaló en su coche un localizador, de esa manera siempre sabría donde se encontraba.

Con el fin de tener la colaboración de sus compañeros de profesión, llamó a la comisaría para dar la voz de alarma, pero claro se abstendría de comentar lo del localizador, no quería que le reprochasen eso.

Se inició la búsqueda anunciando por los medios la desaparición de su mujer y poniendo la foto en todos los lados. Se estaba saltando todos los protocolos de búsqueda de una persona desaparecida. No habían transcurrido ni veinticuatro horas, pero el trabajar en el cuerpo, le daba ciertas ventajas.

Celia llegó a su esperado refugio, había alquilado por internet, una casita pequeña y no muy céntrica, prefería permanecer en el anonimato el mayor tiempo posible.

Disponía de una cochera, donde podría guardar el coche y así también llamaría menos la atención.

Una vez instalada, suspiró profundamente y se relajó.

Por lo menos durante unos días no saldría de allí, prefería que nadie detectase su presencia. Se había llevado suministros para unos días, así que feliz. La vivienda tenía una puerta trasera que daba a un bosque, así que por lo menos tenía la opción de salir a tomar el aire sin ser vista.

Mientras tanto, Juan en su casa, conectó el localizador, por lo que pudo saber en qué punto se había parado.

Avisó a sus compañeros que empezaría a buscar por lugares comunes donde a ella le gustaba ir. Comenzaría con la empresa en la que trabajaba, donde se encontró con la noticia de que hacía días que había pedido la cuenta.

No se lo podía creer, esta fuga la llevaba preparando hacía tiempo. En ese caso tendría que meterse en la cabeza de su mujer, sabía cómo era y cuáles eran sus gustos.

Puesto que el coche lo había localizado en Fraga (Huesca) estaba claro que su destino sería el Pirineo Aragonés, era uno de los lugares a los que siempre le había dicho que quería visitar y él se había negado; se marcharía y desde esa población iniciaría la búsqueda. Estaba ligeramente mosqueado, el coche no se había movido desde el momento en que lo detectó. ¿Será que estaba allí con su amante?

Habían transcurrido cinco días y Celia por fin se atrevió a salir por el pueblo. Al ser fin de semana había mucha gente por lo que, mezclada entre los turistas, no destacaría.

Qué feliz se encontraba, sin tener que estar oyendo continuamente las imprecaciones de Juan y sobre todo los golpes, cuando ella no respondía a su llamada, o se mostraba remisa a cumplir con los deseos sexuales que exigía y no digamos cuando entraba en casa, unos minutos más tarde de lo habitual y lo encontraba sentado en el sofá todo furioso. ¿De dónde vienes? ¿Quién es tu amante?

Y así un año tras otro hasta que ya no pudo más.

No tardó Juan en saber dónde estaba, pero en esta ocasión se guardó las ganas de cogerla del cuello y ahogarla allí mismo. Se tranquilizó.

Se instaló en una pensión del pueblo más próximo, al no ser temporada alta, no tuvo problemas. No pidieron ni sus datos.

Se tomó su tiempo para planificar la venganza.

A los dos días, se presentó en la casa donde vivía Celia, llamó a la puerta de atrás de la casa, así tampoco le vería nadie.

Qué bien le venía que la vivienda no estuviera en una zona de paso, así nadie detectaría su presencia.

Celia sorprendida por los golpes de llamada en la puerta y aunque no conocía a nadie, se confió y abrió.

Su cara se tornó de una palidez extrema, los ojos abiertos de par en par, tan asustada estaba que no tuvo tiempo de cerrar la puerta, Juan ya estaba dentro. Furioso comenzó a golpear la cara, el estómago, el diafragma, todo lo que pillaba sin protección en el cuerpo de Celia. Hasta que cayó desmayada.

Cuando comprobó que no estaba muerta, pero sí inconsciente, le puso las esposas en las manos, poniéndolas antes detrás de la espalda, así no podría quitárselas. También le cubrió la boca con cinta adhesiva, para que no gritase al despertar.

Buscó las llaves de la casa y salió, dispuesto a terminar el trabajo que había pensado.

Llegó al pueblo donde estaba alojado y buscó a un profesional que trabajase la madera y que estuviera libre para hacer un trabajo de urgencia.

Necesitaba que fuese con él a una casa que tenía en el pueblo vecino y que habían intentado ocuparla, por lo que quería cerrarla bien para que no pudiera entrar nadie. Se tenía que ir fuera de España por trabajo una larga temporada.

Antes Juan había comprado lo necesario para que se ejecutase el trabajo como él quería.

Al llegar a la casa, le pidió que tenía que cerrar con tablas tanto, las ventanas como las dos puertas.

Para realizar lo encomendado por el cliente, utilizó clavos largos y gruesos de los que se usan para ese tipo de trabajos; una vez dio por finalizado lo acordado con ese señor, del que no sabía ni su nombre, recogió sus herramientas y volvió a su pueblo. Regresaba contento, le había pagado muy bien.

Cuando ella se despertó al comprobar la situación en que estaba, supo que su fin había llegado. ¡Cómo pudo ser que ese animal la encontrara!

Intentó desasirse de las esposas, gritar, llamar la atención de cualquiera que pasara por delante de la casa. Entonces se dio cuenta de que había elegido la casa por eso, por estar aislada del pueblo y sus gentes. Totalmente derrotada, se dejó ir hasta que llegó su último suspiro. Él había ganado, ya la tendría controlada para siempre.

Claudia había buscado su propio mausoleo sin saberlo y constaría en los archivos de la policía como “desaparecida” otro caso sin resolver.

Juan lloraba desconsoladamente su pérdida, pero solo de cara a la galería, por fin había conseguido que Claudia pagara por todo lo que le había hecho.


© Texto y foto: Maruchi Marcos Pinto

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies