Un buen trato
Mi hermano y yo no podríamos haber sido más diferentes. Algo así como comparar el tumulto de un carnaval con la solemnidad de una procesión del Santo Entierro. Él era el primero en las clases, el becario en un prestigioso despacho, el exitoso abogado que, con sus irrefutables argumentos, logra concretar un importante contrato en China y, desde luego, el favorito de mamá. Él era el metal purificado y yo la escoria que todos desechan. Pero fue él quien cometió un crimen. Yo no tenía nada; él podía perderlo todo. No tardé mucho en tomar una decisión. Desde entonces me visita cada semana y me cuenta hasta el último detalle de su vida. Somos gemelos idénticos, así que es fácil imaginar que soy el hombre de las fotografías. Yo nunca habría tenido una vida como la suya, pero ahora, todas las noches en mi celda, puedo soñarla como mía.
© Kalton Bruhl
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