Un hecho insólito en la historia

Uno de los capítulos de la novela histórica de ficción «Un lugar llamado Adda” que finalmente verá la luz este verano recrea un acontecimiento histórico tan insólito como real: la excarcelación de cincuenta y seis presos de la Cárcel Real de Madrid durante la sangrienta jornada del 2 de mayo de 1808. Para quienes hayan callejeado por las calles de Madrid, han de saber que este presidio estaba entonces situado en el actual emplazamiento del Ministerio de Exteriores, en la plaza de la Provincia, a escasos metros de la Plaza Mayor.

No se trató de un indulto ni de una amnistía, sino de toda una concesión extraordinaria bajo condición de luchar contra los soldados franceses en las calles y regresar voluntariamente a sus celdas pasadas unas horas.

Algunos os estaréis preguntando si no habrían acaso perdido el juicio el alcaide y los carceleros. Pues bien, por inverosímil que pueda resultar, la respuesta es no.

Para comprender el propósito de tanta “generosidad” habrá que imaginarse la siguiente escena: un batallón de infantería y varias piezas de artillería francesas andando a la caza de turbas de civiles enfurecidos, madrileñas y madrileños armados apenas con picas, estiletes, abrecartas y otros artefactos punzantes de fabricación casera. Los soldados franceses persiguiéndolos con toda su artillería desde las inmediaciones del Palacio Real hasta la Plaza Mayor y la Puerta del Sol, hacia donde también se dirige una tropa de lanceros polacos y la caballería mameluca al servicio de Napoleón. Tienen orden de sofocar la revuelta y dar muerte a cuantos civiles se crucen a su paso. La razón no es otra que la siguiente: el pueblo había tratado de impedir que las tropas de Napoleón dieran traslado a Francia al infante del rey depuesto, el último miembro de la familia real que permanecía aún en Madrid.

Y así la lucha se trasladó a las proximidades de la Cárcel Real. Desde allí los presos escuchaban las algaradas callejeras y no reprimían sus ansias de intervenir. Cocineras y alarifes, mercachifles, tenderos, comerciantes y ancianos de todas las edades acudían al fragor de la contienda pertrechados con cuanto podían. Y claro, ante semejante escena, los presos debieron sentirse desdeñados. “¡Mírennos a nosotros, asesinos de navaja fácil, desperdiciados en estas mazmorras como vulgares rateros cuando podríamos luchar en las calles!” —algo así debieron decirle al alcaide.

El motín en el interior del presidio se tornó incontenible y el alcaide hubo de concederles finalmente el permiso. Para luchar, eso sí, y regresar a sus celdas una vez concluida la contienda.

¿Acaso el alcaide había perdido el juicio?

Pues bien, el balance final, por insólito que pueda parecer, arrojó un saldo sorprendente: Del total de cincuenta y seis presos que salieron, cincuenta y dos regresaron a sus celdas y cuatro murieron en los enfrentamientos. Increíble pero cierto. Ahora dejemos que nuestra imaginación se recree con este mágico pasaje de la historia y configure su propia oleografía de los hechos.

Para quienes deseen conocer más acerca de este acontecimiento, existen otras referencias en internet. Visítese la narración que hace de los hechos Arturo Pérez Reverte o páginas como Historias de la Historia o Espacio Madrid.


© José María Atienza Borge

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