Un incomprendido

Quien llegara a su casa jamás se iba con las manos vacías. No lo hacía por bondad, sino para deshacerse, lo más rápido posible, de sus molestas visitas. Su único anhelo era estar tranquilo, evitando cualquier contacto con sus semejantes. Después de entregar hasta la última de sus posesiones materiales, se refugió en una cueva. Lo tomaron por un iluminado y lo asediaron de inmediato, buscando consejo. Aunque no respondía a ninguna pregunta, sus seguidores se multiplicaron, ya que interpretaban su silencio como una muestra de sabiduría y no como lo que realmente era: la máxima expresión de su desprecio hacia los hombres. Cuando presintió su muerte, sonrió por primera vez en muchos años, anticipando la paz. Fue canonizado con premura y ahora desde el cielo, mientras atiende mil peticiones cada día, ve con envidia el solitario encierro de los condenados.


© Texto: Kalton Bruhl
Imagen en Pixabay

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