Un jurado prestigioso
Debo confesar que este premio literario se lo robé a la biblioteca. Durante ochenta y cuatro días, sin contar sábado ni domingo me acerqué a esa vieja casona con olor a humedad y pocas visitas que funciona como biblioteca municipal y como quien otea los libros, como de casualidad, fui anotando todos los títulos que había en cada estantería de cuentos, novelas, libros de poesía, textos, ensayo e historietas. También revisé las revistas, eran cientos. Hice una lista tan larga que la fui enrollando en un lápiz que también encontré ahí, caído y sin punta. Parecía un enorme papel higiénico, pero la comparación no me parece porque al fin y al cabo ahí estaba la futura obra literaria. Después, no me vieron más por ahí… Recorté todas las palabras y las junté de atrás hacia adelante con el aderezo de algunos signos de puntuación, solo el que se me ocurriera en el momento. Sin mucho pensar. El mayor problema fue decidirme por un título, porque todo me sonaba a cliché. Trescientas cinco páginas el volumen ¡Madre mía qué volumen!
Me contaron que los miembros del jurado lagrimeaban antes de premiarme, dijeron que mi obra tenía mucho de los grandes maestros. También dijeron que yo era un hombre letrado, que iba todos los días a la biblioteca del pueblo. No sé cómo se enteraron, y en verdad ya no voy más por ahí… Ya no puedo hacerlo porque los bibliotecarios ahora me miran más, dicen “ese es el escritor” y me da temor que me pregunten por el lápiz que me robé de entre los estantes.