Una mirada al ayer

El verano pasado me apeteció volver a ese pueblo costero que conocí con catorce años.

Me alojé en un hotel, que en ese momento ofrecía un buen precio para pasar una semana. Sobre todo, quería estar cerca de esa playa que tantas veces disfruté y de ese paseo marítimo que te lleva al puerto pesquero y al centro de ese bonito lugar.

Al entrar en él, me costaba reconocer el entorno.  ¡Cuánto había cambiado!

El autobús me dejó en una calle donde me costó situarme, es más, tuve que preguntar cómo llegar al hotel.

Menos mal que ahora con las maletas de ruedas no cuesta el traslado.

Al ir por el paseo, descubrí esa plaza con su templete de la música. Me vinieron los recuerdos de golpe; allí las noches de aquel verano, los adolescentes y el resto del pueblo bailaban todo lo que les pusieran. Allí conocí a mi primer amor de verano.

Llegué al hotel y tuve suerte; la ventana de mi habitación contaba con una vista, aunque no muy amplia, de esa playa. También de los tejados de los chalés que la rodeaban.

Quería descansar del viaje sentándome en el butacón que había al lado de la cama, lo desplacé hacia ese espacio abierto al mar para relajar mi vista y que mi mente se oxigenara con el olor a mar.

Debí de quedarme traspuesta, y al despertarme recordé vívidamente lo que había soñado.

Estaba en esa maravillosa plaza donde sonaba esa música que tanto me gustaba, era la del Dúo Dinámico con aquella siempre recordada canción de “Quince años” me faltaba poco para cumplir esos quince, por lo tanto, era como mi buque insignia.

Como no tenía amigos, estaba en un banco sentada, pero mi cuerpo y mis pies, se movían al ritmo de la música.

Entonces, se acercó a mí un chico moreno, alto y con una sonrisa divina y me dijo:

– ¿Quieres bailar?

-Sí, claro lo estoy deseando

A partir de ese momento, no me dejó en toda la noche, primero eran bailes más o menos movidos, el twist era el que motivaba a los más jóvenes, pero también tenían que poner otros ritmos para todo tipo de asistentes.

Para empezar, sonó Adamo con sus canciones lentas y románticas. Mi compañero de baile no me dejó. Las sensaciones que me embargaron fueron únicas; era la primera vez que bailaba con un chico desconocido y así de pegaditos. Mi corazón brincaba.

 Al cabo del tiempo, estuvimos cerca de tres horas bailando, me presentó a sus amigos.

-Caray Javier, ¡qué bien acompañado estas ¡. No nos has hecho ni caso en toda la noche.

En ese momento Javier me preguntó:

– ¿Cómo te llamas? Se nos ha pasado el tiempo y no hemos sabido nuestros nombres.

– Lucía es mi nombre.

– Bienvenida Lucía, corearon todos casi a la vez.

Javier, muy cortés, me preguntó dónde estaba alojada y me acompañó.

– ¿Qué vas a hacer mañana? Me gustaría enseñarte mi pueblo y conocerte un poco.
– No tengo plantes, si quieres me esperas a la puerta a eso de las once y si por casualidad no pudiera salir porque mis padres tengan otros planes, me encantará estar contigo.

    Claro que salí con Javier, ese y todos los días de mis vacaciones. Compartíamos con sus amigos los ratos en la playa. Los chicos jugaban al futbol y nosotras nos entreteníamos con el baño o simplemente hablando de nosotras. Y las noches eran las de bailar, siempre acompañada por Javier.

    Para mi pena, las vacaciones para mí terminaban, cada día que se acercaba al final, mi pena se hacía más patente.

    Una de esas noches que Javier fue a buscarme para ir a la plaza, me tomó de la mano, me recorrió un estremecimiento que me conmovió. Él también debió de sentir esa sensación, porque me miró con una intensidad, que me lo dijo todo con esos ojos negros intensos que tenía.

    En el baile, con una de esas canciones que te hacen emocionarte, pusieron “Il Silenzo” tocada a la trompeta por Roy Etzel. Javier y yo empezamos a balancearnos al ritmo lento, bailando suavemente, apoyé la cabeza en su hombro, dejándome llevar en sus brazos, en ese momento, me cogió de la barbilla, haciendo que mi cara estuviese casi enfrente de la suya. Se inclinó y me dio un beso suave en los labios, que me dejó sorprendida y a su vez entusiasmada. Era mi primer beso.

    Había llegado el momento de que mi familia y yo volviéramos a casa.

    La noche de la despedida, no quería ir a la plaza, no quería despedirme de todos esos buenos amigos y mucho menos de Javier. Pero cuando me fue a buscar, no supe resistirme y fuimos a bailar.

    No pudo ser más oportuno el señor que ponía los discos; empezó a sonar otra canción del Dúo Dinámico, titulada “El final del verano”. En ese momento me apreté a Javier, como queriéndole decir que no quería irme, me quedaría allí a vivir. Pero no fue así. Al día siguiente regresamos a mi ciudad de origen. Mi corazón joven e ilusionado estaba triste.

    Nos estuvimos escribiendo durante un tiempo hasta que la distancia y otras amistades fueron enfriando ese amor de verano.

    Ese sueño me hizo sonreír y pensar en lo bonito que fue aquello, volvimos otros años, y nos juntábamos de nuevo pero cada vez era diferente, hasta que ya nuestras obligaciones nos apartaron de esas vacaciones.

    Dedicaré el tiempo en que voy a estar aquí a recorrer esta preciosa localidad, hoy tan diferente, a saborear los momentos vividos y que además me sirvan para descansar de mi ajetreada vida profesional.

    Todas las noches, volvía al quiosco de la música, pero nada era igual,

    Por el paseo y buscaba con la mirada los rostros de las personas con quienes me cruzaba, por si reconocía a alguna con las que compartí esos preciosos veranos, era prácticamente imposible, todos habíamos cambiado.

    Llegó el momento de regresar a mi hogar y como despedida, busqué en YouTube la canción del Dúo Dinámico, ya imaginareis cual.

    Antes de salir de la habitación eché otra ojeada a través de esa ventana.


    © Texto e imagen Maruchi Marcos Pinto

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