Una visión prohibida

¿Se imaginan ustedes lo que realmente significa para un ser humano ver su mundo “desde arriba”? ¿Lo que provoca en sus mentes el ser capaz de contemplar algo reservado a muy pocos y que irremediablemente está destinado a cambiar tu concepción de palabras tan etéreas como “planeta Tierra” o “humanidad”?

Se trata de una visión prohibida, algo que los seres humanos no estuvimos destinados a ver jamás, algo que ni el universo ni la madre naturaleza tenían en sus planes evolutivos. La mayoría de seres humanos damos por sentada, con cierta arrogancia, nuestro lugar en este planeta, pero, sin embargo, a los astronautas (hombres y mujeres de ciencia y con la mente abierta como pocas) se les concede una de las mayores curas de humildad que han existido jamás: contemplar su casa desde “el tejado”.

Se trata, no obstante, de un sentimiento complejo, difícil de verbalizar y anegado en un mar de emociones absolutamente abrumadoras. Algunos se dan cuenta, con más tesón si cabe, que es vergonzosa la manera en la que estamos tratando nuestra pequeña y extraña roca que vaga por el espacio junto a sus compañeros errantes; otros, al presenciar tal imponente visión, reparan inevitablemente en nuestra historia, en la conexión tácita que posee toda la vida en el planeta, en nuestras absurdas diferencias y en el mero hecho de que, biológicamente hablando, somos uno.

Y todos coinciden en una premisa: la vida en la Tierra es prácticamente un milagro. Durante millones de años han tenido lugar a cada segundo del camino, millones de interacciones y variables de origen biológico, geológico, astronómico… y todas han convergido de manera tan asombrosa, que han llevado a la vida orgánica que conocemos hoy en día. Un solo “error en los

cálculos”, una sola variación en las interacciones, y yo no estaría escribiendo esto ahora mismo, ni usted leyéndolo. A veces le hace pensar a uno que realmente estamos lidiando con un milagro, con una suerte de intervención divina. Pero entonces llegamos inevitablemente a la cuestión numérica: miles de millones de galaxias, con cientos de miles de millones de sistemas solares… con sus respectivos planetas. Tenía que ocurrir porque era posible que así sucediera.

“Realmente somos los hijos de las estrellas”, comentaba una mujer astronauta. Es cierto, las interacciones para la formación de partículas complejas solo son posibles en las violentas reacciones que ocurren durante la vida de una estrella.

Y luego, esta misma astronauta, al ser un testigo del exiguo grupo de afortunados, contaba que miraba a la Tierra desde una de las escotillas con ventana de la Estación Espacial Internacional…. Miraba a la Tierra, una y otra vez, pensando en la humanidad, en la naturaleza, en el complejo equilibrio que este planeta alberga… y con lágrimas en los ojos decía: “Míranos, cómo estamos tratando a esta prodigiosa roca, todo el sufrimiento que le estamos (y nos estamos) provocando… Y al final del día… es la única casa que tenemos.”

Así pues, para los no afortunados como yo y el grueso de la humanidad que no tengamos en nuestras vidas la oportunidad de viajar al espacio (amén de excéntricos adinerados que no sepan ya en qué gastar su masa monetaria), nos quedan los testimonios de estos hombres y mujeres que pudieron ver lo que muy pocos han visto, lo que les dio la oportunidad de valorar aún más el tesoro que tenemos y que en esencia, somos.

Y así, para transmitir su conocimiento a la humanidad y llegar a conocer un poco mejor el lugar donde vivimos, tenemos una joya a modo de documental de National Geopraphic llamada: One Strange Rock. De la mano del productor Darren Aronofsky (Pi: Fe en el caos, Requiem for a Dream, Cisne Negro…) y narrado por el siempre encantador Will Smith. Junto a él, ocho astronautas que suman entre todos más de 1000 días en el espacio, nos intentarán inculcar a través de diez episodios, algo de su humildad, sus sentimientos, sus vivencias y su visión única de lo que han visto y experimentado.

Absolutamente imperdible.

P.D: querido amigo/a no hace falta ser astronauta para valorar a la humanidad, cuidar de la naturaleza y respetar a sus hermanos/as evolutivos. Al fin y al cabo, tiene mucho que ganar, y nada que perder. Este, es nuestro único hogar.


© Texto: Daniel Borge
© Imagen: Tumisu en Pixabay

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