Vente pal pueblo Pepe

Día 0:

He recibido la noticia del estado de alarma con estupor. Se ha decretado situación de emergencia sanitaria en todo el país y cada cual debe elegir donde se confinará los próximos quince días. Ni qué decir tiene que no pienso recluirme en este cubículo de cuarenta y cinco metros cuadrados en la gran ciudad. ¡Yo me largo al pueblo, faltaría más! Esta misma tarde tomo el tren de las cuatro treinta y cinco y pongo pies en polvorosa.

Día 5:

Haberme venido al pueblo es la mejor decisión que he tomado jamás. La emergencia sanitaria está colapsando los hospitales de todo el país y las grandes ciudades parecen caladeros de virus. El entorno rural, en cambio, es un oasis de paz. Y mi casita un palacete de ensueño. Ciento sesenta metros cuadrados de vivienda distribuidos en dos plantas y un ´terrenito` del tamaño de un campo de fútbol al que puedo salir cuantas veces quiera para respirar aire puro, tomar el sol o contemplar las estrellas durante la noche. Siento lástima infinita por todas aquellas personas que están respirando aire malsano en las urbes de todo el país. Por una vez he andado listo, sí señor. ¡Bravo yo!

Día 8:

Me he instalado en una de las habitaciones de la segunda planta, la que solía utilizar el abuelo, esa que dispone de balcón. Es sin duda la mejor de toda la casa. Desde sus ventanales art déco puedo admirar la inmensidad de los campos y respirar la proximidad de la primavera. Me siento como Alphonse Mucha pintando la Madonna de los lirios de mil novecientos cinco. El trino de los jilgueros es mi despertador y el susurro del viento agitando las hojas de los álamos mi termómetro. Todo en este venerable lugar es una sinfonía de sosiego y armonía.

Taza de café
Día 14:

Hoy he visto amanecer con una taza de humeante café entre las manos. Ha sido lo más hermoso y sobrecogedor que he admirado en mucho tiempo. Nada que ver con las maitinadas de cláxones y las alboradas de polución que se ven desde mi apartamentito de la gran ciudad. No me cabe ya la menor duda de que las urbes están sobrevaloradas y que lo rural ha sido relegado al ostracismo más espiadado por parte de las autoridades.

Día 16:

Antes, cuando era urbanita empedernido, necesitaba fumarme un buen par de canutos o comerme una seta de la risa para tener ideas brillantes, pero ahora me basta con mirar desde los ventanales de mi alcoba. El pesado vuelo de una avutarda o el misterioso ulular de una lechuza son mis nuevos maestros. ¡Cuánta sabiduría encierra la España Vaciada!

Día 19:

Jamás lo admitiré en público, pero cada mañana, a eso de las once, enciendo el viejo transistor del abuelo y sintonizo Gangrena 3, esa estación de radio que yo tanto odio. No lo hago con intención de mantenerme al día de la actualidad, sino por mero afán morboso. Para cerciorarme una y mil veces de que el país entra en colapso y que yo me salvo de la quema en este paraíso natural.

Día 28:

Mis jefes aseguran que mi rendimiento ha mejorado desde que teletrabajo. Es más, me han felicitado por mi ´acojonante desempeño` (sic) y me animan a instalarme definitivamente en el pueblo. ¡Incluso se han ofrecido a abonarme la factura de la luz para que no corra yo con todos los gastos!

Día 45:

Los lirios lucen más hermosos cada día y da gloria verlos. Mi sensibilidad hacia la madre naturaleza está despertando y me ha picado el gusanillo de la jardinería. Hoy mismo me he descargado un manual práctico de botánica y he aprendido los ciclos estacionales de algunas plantas. ¡Puede que incluso construya mi propio huerto un día de estos!

Día 64:

Todo está discurriendo tan a pedir de boca que mi vida parece de ensueño. ¡Son tantos y tan variados los nuevos estímulos que recibo a diario! Aquí todo es de un bucolismo arrebatador.

Día 73:

¡A partir de mañana entramos en fase uno! Podré salir a hacer deporte sin franja horaria y sentarme en la terracita del teleclub a tomarme una cañita. Disfrutar de la inmensidad de los campos y entablar conversación con los paisanos del pueblo. ¡Qué lujo de vida!

bicicleta
Día 78:

¡Otra buena noticia! Hace tres días que llegó a casa la bicicleta que compré por internet y cada tarde hago rutas circulares por los montes y serranías de la comarca. Soy feliz pedaleando entre florecitas, comprando en la tiendita de ultramarinos de la Tomasa y charlando con los abueletes de siempre en el teleclub del Simón.

Día 81:

Mmm… Hace días que mis amigos ya no organizan videollamadas. Por lo visto han comenzado a quedar por el barrio para estrenar con buen pie la reapertura de las terrazas en la fase uno. A ver, no es que me importe, a decir verdad, ya comenzaba a incomodarme tanta llamadita intempestiva. Además, siempre hablábamos de lo mismo. Que si la abuela fuma, que si la guitarrita en el balcón, que si los aplausos de las ocho. Sota, caballo, rey. Qué fatiga me dan esas conversaciones. Yo prefiero una y mil veces charlar con los abueletes del teleclub. El Rufián, el Delfino y el Sandalio, mis nuevos colegas. ¡Ellos sí que me enseñan algo nuevo cada día!

Día 91:

¡Hoy es una jornada memorable! He dicho adiós oficialmente a la gran ciudad y me he empadronado en el pueblo. ¡El trámite ha sido coser y cantar! Simplemente me presenté en casa del Braulio, el alcalde, y juntos caminamos hasta el ayuntamiento. Tomó un papelito, me lo hizo firmar y listo. ´¡Bienvenido a tu nueva vida!` —me felicitó con un apretón de manos que casi me corta la circulación—. Hay que ver lo brutotes que son a veces por acá. Por la tarde pensé en organizar una fiesta virtual para celebrarlo, pero mis amigos de la capi habían quedado para emborracharse en casa del Isma. Así que lo he tenido que festejar solo, comiendo palomitas y viendo una peli de vaqueros. A ver, reconozco que me hubiera gustado pasar la tarde con ellos, pero asumo con deportividad los pequeños inconvenientes que acarrea vivir en el pueblo. ¡Hay que estar a las duras y a las maduras!

Día 104:

Oficialmente estrenamos ´nueva normalidad`. Se supone que ahora puedo realizar prácticamente cualquier actividad sin cortapisas. El problema es que, en realidad, no se me ocurre en qué otros menesteres emplear mi tiempo. Comienza a ser mijita aburrido esto de pasear de la plaza a la fuente y de la iglesia al caño, siempre por las mismas cuatro calles. ¡Afortunadamente existe el teleclub del Simón! Allí me echo un par de anisetes al coleto, juego tres o cuatro manos al tute con mis abueletes y el tedio se va por donde ha venido.

Día 123:

La bici está muy bien para pasear por el campo y tal, pero no me hace el apaño que yo realmente necesito. Para moverme a mis anchas yo necesito un coche. Hoy, sin ir más lejos, sentí antojo de ṭikka masālā y de kathi rolls pero claro, para comer exótico debo desplazarme a la ciudad. No quería que mi ánimo decayese, y menos aún mi apetito, así que eché un vistazo a los horarios de los trenes, pero ninguno paraba en el apeadero de mi pueblo hasta el día siguiente. Obviamente mi ánimo sí decayó, aunque no tanto mi apetito, así que me dirigí, ligeramente cabizbajo y compungido, a la tienda de ultramarinos de la Tomasa a comprar las consabidas alubias pintas. Añadí a la cesta, por mero capricho, cuarto y mitad de morcilla achorizada y cien gramitos de panceta. Francamente, comienzo a estar harto de cocinar ollas podridas y de hincarle el diente a las tristes banderillas de pepinillo del Simón.

Día 131:

La tele no para de advertir que las playas se están llenando de veraneantes. ¡Como si eso fuera malo! Ya me gustaría a mí que el fin del mundo me pillase bailando con un mojito en la mano. Siento una cierta pelusilla, sobretodo porque aquí hace un frío que ni en Siberia y aun hay que ponerse la pelliza al hombro cuando cae la noche. Pero es lo que tiene vivir al pie de las montañas. ¡Nadie dijo que la felicidad no tuviese un precio!

Día 143:

Anoche terminé de ver, por sexta vez consecutiva en cuatro meses, la quinta temporada de Mojón Veloz. En esta ocasión con subtítulos en armenio, a ver si así notaba cierta innovación en la trama. No descarto tragármela enterita una séptima vez, subtitulada en latín u otra lengua muerta. O mejor aun, con el volumen silenciado por completo, a ver si soy capaz de reproducir los diálogos de memoria.

Día 151:

Maldita sea, hoy se ha fundido el cajero automático que suelo utilizar, el de la gasolinera de la autovía, y he tenido que pedalear treinta y ocho kilómetros hasta Zancajo de Villarrábano. Para cuando llegué, mis gemelos y mis cuadriceps estaban tan reventados que tuve que telefonear a una compañía de taxis para que alguien viniera a recogerme. El pesetas del conductor me ha cobrado un suplemento de diez euros por cargar la bici en el maletero, así que la broma me ha salido por cincuenta pavos. Pues vaya… al final va a resultar que no son tan bucólicos estos labrantíos perdidos de la mano de dios.

Día 154:

¡Demonios, se han alineado los astros para que todo me salga del revés! Hoy he tenido que pedalear de nuevo hasta Zancajo de Villarrábano para ir a la farmacia y de paso, comprarme unos jodidos calzoncillos de algodón que no me irriten las pelotas. Al menos esta vez salí de casa bien avituallado, listo para cualquier imprevisto. Me ajusté una cómoda visera de fibra de carbono a la cabeza, llené de agua isotónica el bidón y tomé cuatro barritas energéticas por si las moscas. Me las prometía muy felices, pero mi deplorable estado de forma me la ha vuelto a jugar. Ni siquiera era capaz de jadear cuando abrí la puerta de la maldita mercería. Compré los dichosos gayumbos y el medicamento para la aerofagia, me comí las cuatro barritas energéticas de una sentada e hice amago de regresar al pueblo. Pero antes de alcanzar el cruce mis cuadriceps dijeron ´hasta aquí hemos llegado Induráin/chavalote`, así que una vez más tuve que llamar al puñetero taxista. Otros cincuenta pavos por gilipollas.

Día 169:

Por las barbas de Merlín, hay que ver lo monótona que puede llegar a resultar la vida en el pueblo. ¡Me voy a registrar en alguna aplicación de esas para ligar! A mi tío el Fermín le va de maravilla con ella. Dice que es un no parar de conocer mujeres, así que muy mal se me tiene que dar a mí, que soy más alto y más guapo que él, para que no consiga un par de citas en los próximos días.

Mujer con ordenador
Día 173:

¡No existe un solo perfil en la aplicación esa de mierda! La chica más cercana se encuentra a cuarenta y dos kilómetros del pueblo, se llama Adalberta y ni siquiera ha subido una foto. ¡No quiero ni imaginarme cómo será la criatura!

Día 175:

Hoy he quedado con Adalberta, la chica de la aplicación, y por poco me da un chungo. Resulta que es adicta al sado, al fetichismo y al bondage. ¡Así, hala, todo junto! Y yo, que estoy bajito de defensas y necesitado de cariño, no me sentí con fuerza para oponerme a sus caprichos. A ver, en realidad hubiera ido con ella a misa de doce, a un conciliábulo de ejecutivos agresivos en tanga o a pasar la tarde a un tanatorio de habérmelo propuesto, todo con tal de no regresar al pueblo antes de tiempo y tener que esperar en la estación de trenes durante ocho malditas horas. Así que al final acabamos en un club swinger que hay en el kilómetro ciento ochenta de la nacional ciento tres. Madre mía, me escuece el tercer ojo que es un primor y tengo la espalda en carne viva por culpa de los zurriagazos que me arreó aquel maromo de metro noventa.

Día 177:

¡Pero qué mala suerte la mía! Me daría de martillazos en la cabeza. Hoy tenía una reunión de vital importancia con los representantes de una multinacional japonesa que fabrica cortapelos de orejas. ´No nos falles hoy Pepe, es crucial que la reunión se salde con la firma del acuerdo` —me advirtió mi jefe, que llevaba meses planificando la estrategia comercial—. Pero a quien no tiene hambre, dios le llena los graneros. Y viceversa, claro está. Así que la puñetera conexión a internet no cesó de fallarme. Se pixelaba la imagen, el router se desconfiguraba y cada dos por tres se iba la señal. Probé a conectarle un cable ethernet y a descargarme la aplicación desde el móvil, pero la conexión seguía siendo más lenta que patada de astronauta. Me excusé, como no podía ser de otra manera, y salí corriendo como alma que lleva el diablo hacia la casa del alcalde para preguntar por la conexión del ayuntamiento. ´¿De qué güilfi me hablas, pardal?` —me preguntó el Braulio con cara de haber visto un extraterrestre en calzoncillos—. ¡Aaarrggg, le hubiera arreado un sartenazo en la cabeza! Conclusión, que la reunión se saldó sin acuerdo, y yo sin ascenso. Por favor que alguien me suministre una cucharadita de cianuro, una infusión de cicuta o una dosis letal de arsénico.

Día 180:

¡Ya no puedo más! Me aburro soberanamente en el pueblo y creo haber alcanzado mi punto de ebullición. Necesito un revulsivo. Voy a hacerme un planning semanal. ¡Comenzaré por hacer más deporte!

Día 181:

Me cago en la España Vaciada y en la madre que lo parió. Allá se vacíe por completo y nos vayamos todos a la mierda.

Día 187:

Todo huele aquí a boñiga de vaca. Y no hay absolutamente nada en qué ocupar el día, salvo pasarme la tarde jugando al tute con los vejestorios estos y emborracharme a anisetes como un piojo.

Día 190:

Maldita sea mi calavera. ¡Me rindo! Añoro el humo del coche y las aglomeraciones en el metro. Las dificultades para aparcar y el hacinamiento en las calles. ¡Incluso el puñetero cuchitril donde malvivía echo de menos! La contaminación acústica, el ruido de los vecinos, los atascos de la M—30 y la mierda de sinusitis que me causa la polución.

Día 193 :

Ya va para tres días que no me dejo ver por el teleclub y que solo me relaciono con vacas y terneros. Creo que estoy entrando en una depresión profunda.

Día 194:

¡Por favor, que se callen ya las avutardas! ¡Me va a estallar la cabeza!

Día 195:

Temo por mi salud mental y por mi estabilidad emocional. Esta mañana, sin ir más lejos, me he sorprendido hablándome frente al espejo. Tenía la mirada de Jack Torrance en el Resplandor y me decía cosas extrañísimas como ´Teléfono, mi casa` o ´Golum, Golum, mi tesoro`. No sé, algo me dice que estoy yendo por mal camino. ¿Debería llamar ya al loquero? Me tomaré otra media docena de relajantes musculares y a ver qué pasa.

Día 201:

Ya he llamado al loquero, pero me ha dicho no le quedan de arándanos con queso hasta la semana que viene.

Día 203:

¡Siete caballos vienen de Bonanzaaaa!

Día 209:

¡Cielo santo! Los contagios de coronavirus están aumentado de nuevo en las grandes ciudades del país y se rumorea que pronto se confinará la ciudad de Madrid. ¡Esta es mi oportunidad!

Día 210:

Su tabaco, gracias.

Día 211:

¡Confirmado! Madrid supera ya los setecientos ochenta infectados por cada cien mil habitantes y se ha decretado el cierre de la ciudad en menos de cuarenta y ocho horas. ¡Que le den por donde amarga al pueblo! ¡Esta misma tarde hago las maletas y me piro a la urbe antes de que la cierren!

Día 212:

¡Qué bucólicas se ven las cuatro torres en la distancia! ¡Y qué linda la boina de humo que recubre la ciudad! Jamás imagine que Mordor pudiera tener tanto atractivo.

¡Golum, Golum, mi tesoro!

© José María Atienza Borge

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