Viajero de mi cuerpo de Carmen Nöel

Viajero de mi cuerpo,
navegas por el quejido brutal de mi garganta encendida.

Pendiente de cada gesto o mirada,
invoco tu lengua dormida y la arrastro
hasta los oscuros cobijos
donde el calor y la sombra danzan.
Despierto un juego sin tregua.
Araño al dios de la magia.

Le llamo y le guío
hacia la llama oscilante de mi pupila,
hacia el insomne laberinto de mi boca en flor,
hacia el cuello mal herido
y el salvaje fruto
que, encendido y pleno,
desafía
sobre la cumbre incitante de una montaña.

Despierto tu lengua dormida
y la convoco en mi vientre.
Despacio, la convoco en mi cintura.
Por la muñeca arriba, la arrullo en la cima del hombro
y enredada en el quejido de la axila,
asciende hasta la suave nuca,
sin descansar,
rodando después por la espalda,
hasta un prominente espejismo solar.

Como una reina sagaz,
dicto las órdenes que bajarán por las piernas
hacia donde mi pie, rosa blanca, te aguarda.

Silenciosa.
Turbadora.
En la distancia.

Tu lengua obedece lo que tu mente acaricia.
Navega donde mi voz le reclama.

Bajo la sombra gris de la tarde muerta.
Por detrás de la ventana y de la lluvia.

Tu lengua cumple, incansable,
su tarea colosal de darle forma
a la intangible sed de mi boca,
a tu herida soledad,
a la incipiente montaña de fuego
donde, de pronto, se te asoma el alma.

En un ritual ancestral,
la tibia raíz de una llama aflora
y crece
desde tu lengua obediente,
y empeñada en el conflicto de mi piel
contra la noche callada,
baña
de luz y calor, suavemente,
la flor más escondida y más salvaje
donde acarician su rostro la sombra y el agua,
donde cobija su centro la luna,
donde duerme el corazón de tus palabras.


© Carmen Nöel

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