Víctor Lustig. El maestro de la estafa (1)
Víctor Lustig nació el 4 de enero de 1890 en Hostinné, un pequeño pueblo de lo que hoy es la República Checa Su padre era el alcalde de dicha localidad y lo envió a estudiar a Alemania y a Francia sin limitaciones de gastos. Pero más allá de sus estudios, desde muy pronto se inclinó a la pequeña delincuencia y al juego. Lo corrobora el que, a los diecinueve años, como consecuencia de un lance amoroso, recibió de un novio celoso un navajazo en la mejilla que le dejó una cicatriz de por vida.
En toda su carrera profesional de estafador de altos vuelos, se le conocen hasta veinte apodos distintos, así como, al menos, cuarenta y cinco arrestos, aunque en la mayoría de ellos conseguía la libertad sin cargos y, hasta en ocasiones, ser indemnizado por las molestias. Sin lugar a dudas, Víctor Lustig puede considerarse como un maestro de la estafa. Su simpatía natural, su locuacidad y sus elegantes maneras, así como el hecho de que hablaba con fluidez varios idiomas, eran cualidades que explotaría para ejercer la estafa de una forma profesional.
Estafa de los cruceros de la costa de Europa
Aunque tenía un rostro tosco y vulgar, Víctor Lustig se presentaba siempre extremadamente cuidado. Además, poseía unas formas refinadas y elegantes. Hablaba inglés, alemán, francés e italiano y tenía una cultura exquisita, que no dudaba en evidenciar de la forma más refinada posible. Todo ello, unido a una innata capacidad para la oratoria y el convencimiento, lo configuraban como un elemento propicio para la estafa.
Tratando de explotar todas estas cualidades, Víctor Lustig se hacía pasar por el conde Von Lustig, del Imperio Austrohúngaro. El conde frecuentaba los trasatlánticos que recorrían la costa europea a comienzos del siglo XX. Su encanto personal lo llegó a hacer un personaje muy popular en aquellas travesías, en las que abundaban pasajeros ricos. Los que a Víctor le interesaban. En estas travesías jugaba al póquer y al bridge con los nuevos ricos estadounidenses que viajaban en aquellos cruceros de placer. A veces les ganaba y otras se dejaba ganar, según le interesara para sus propósitos. Intimaba con ellos, los invitaba a cenar y a champán, agasajaba a sus mujeres procurando siempre no ofender al marido y, sólo al final del viaje, cuando se había ganado su confianza, los desplumaba sin compasión.
Entonces, el conde Von Lustig desaparecía por una temporada y Víctor Lustig volvía a recobrar su identidad, mientras preparaba su próxima aventura con quién sabe qué apodo nuevo.

Estafa de los Liberty Bonos
Como consecuencia del estallido de la Primera Guerra Mundial, los cruceros europeos se suspendieron y Víctor Lustig optó por trasladarse a EE UU pensando que era una tierra más idónea para sus fechorías.
Allí conoció al también estafador Nicky Arnstein. Este terminó de refinar sus maneras, de forma que Lustig se acabó convirtiendo en un profesional absolutamente temible.
Perpetraron juntos algunos golpes. En uno de ellos. Lustig se hizo con dos bonos auténticos de veinticinco mil dólares cada uno. Pero en lugar de cambiarlos por dinero y pensando que podría servir para una nueva estafa, Víctor se convirtió de nuevo en el conde Von Lustig. Así, con su nueva identidad y un marcado y refinadísimo acento europeo, se personó en un banco de Kansas.
Pidió hablar con el director que el atendió enseguida. Cuando el conde Von Lustig se sentó, a invitación del director, dejó caer en la mesa los dos bonos por cincuenta mil dólares. Acto seguido le contó, tristemente, todas las penalidades y peripecias que le habían obligado a tener que abandonar su querida tierra natal, de la que solo pudo traerse esos dos bonos como única propiedad. Después le participó al banquero que su idea era instalarse en la zona y con el dinero de los bonos, comprar tierras o abrir un negocio con el que vivir. Claro que, para ello, necesitaba hacer efectivo los bonos a la mayor brevedad posible.
El banquero le invitó a esperar unos instantes mientras comprobaba la autenticidad de los bonos.
– No es que desconfíe del Sr. Conde, es pura formalidad -se disculpó el director.
Tras dichas comprobaciones y viendo que los documentos eran reales, el director, sin necesidad de más avales, le concedió un crédito de diez mil dólares. Cuando Lustig tuvo ya el dinero, haciendo uso de sus habilidades manuales cambió los bonos reales por unos falsificados, dejándole al banquero éstos últimos en su poder. Después salió del banco tan rápidamente como las buenas maneras aconsejaban sin la menor intención de volver.
Pero, más tarde, el banquero se dio cuenta de la estafa y la denunció a la policía, además de contratar un detective privado. Éste logró seguir la pista de Lustig hasta Nueva York y se lo comunicó al director. Ambos se trasladaron hasta allí donde lograron encontrarlo con facilidad pues no hacía el menor esfuerzo en esconderse. Lo detuvieron de inmediato y regresaron los tres a Missouri en tren. Durante el viaje, el timador intentó convencer al director para que retirase la denuncia porque es lo que más le convenía a los dos. Le argumentó que durante el juicio pondría de manifiesto lo fácil que resultó engañar los protocolos de seguridad del banco y al propio responsable de la entidad. Esto significaba que los clientes de la entidad advertirían un serio peligro porque entenderían que sus ahorros no estaban seguros en un banco como aquél. El director, tras sopesar esas posibles consecuencias, muy negativas para su futuro profesional, terminó por retirar la denuncia, quedando Lustig en libertad. Pero el timador fue más allá. Lustig no tenía nunca bastante. A veces no lo hacía solo por el simple dinero sino por mera diversión. Le advirtió al director que, si no era compensado con mil dólares por las molestias, filtraría la historia a la prensa. El banquero, atemorizado, aceptó semejante proposición y le entregó la cantidad requerida.
Estafa del promotor musical de Broadway
Esta nueva etapa la inició en los trasatlánticos que hacían la travesía entre Francia y Nueva York. Durante esos viajes se procuraba la amistad de pasajeros adinerados, haciéndose pasar por un productor musical de Broadway que buscaba inversores para un espectáculo. Sus grandes dotes para convencer a su interlocutor hicieron que muchos de esos viajeros invirtieran en lo que parecía un estupendo negocio, una oportunidad que no podían desaprovechar. El negocio marchaba muy bien para Lustig, sin embargo, declarada la Segunda Guerra mundial, esas singladuras fueron interrumpidas por la amenaza que suponían los submarinos alemanes, por lo que tuvo que cesar en esa actividad y buscar otra más idónea para los nuevos tiempos.
Si el lector quiere seguir conociendo la vida del estafador más famoso de la historia, puede hacerlo en el próximo número de Encima de la Niebla, en el que se seguirán narrando sus fechorías más conocidas. Podrá conocer cómo vendió dos veces la torre Eiffel, el caso de la caja rumana, la máquina de fabricar dinero y cómo estafó al propio Al Capone.