Voyager, una pareja rumbo al infinito – Parte II
Tengo que comenzar esta segunda parte del artículo sobre las Voyager y de verdad que me está siendo complicado despegar a mi mente de ese estado de tiempo detenido en que se encuentra; es la sensación que me domina, la de estar en una extraña burbuja repleta de rutinas que no lo son, de una casa que habito pero de otra manera, de unas costumbres que tengo que cambiar sí o sí, de ver a una parte de mi familia y de añorar al resto, de guardarme los besos, abrazos y arrumacos para otro instante, quizás para otra ocasión, seguro que para otra época. No soy poeta ni escritora, no sé expresarlo mejor, ni con más gracia, ni con la lírica y la épica que quizás requiera el momento. Son estos los tiempos que más tarde recordaremos como los días tristes en que los abrazos estaban prohibidos (Literland lo compartió en mi muro de FB).
Pero aún así, afianzad los cinturones de seguridad, que mi artículo está dispuesto para despegar con rumbo a los confines de nuestro Sistema Solar (hasta el infinito y más allá), un cercano universo en el que mi entendimiento se encuentra cómodo y comprende dimensiones y fenómenos. Al contemplar el esquema de la portada, me creo que su sencillo diseño se ajusta a las matemáticas newtonianas, con pocos sucesos cuánticos.
El Sol en el centro, a continuación, Mercurio y Venus, los planetas interiores a la Tierra, que los sigue, Marte, el cinturón de asteroides, Júpiter y Saturno (los gigantes gaseosos), y los lejanos vecinos de los arrabales del Sistema, Urano y Neptuno (los gigantes helados). Más allá, un aún más desconocido territorio, el cinturón de Kuiper, el más que probable origen de cometas y asteroides que circulan por el sistema y cajón de sastre en dónde han incluido a mis queridos Plutón y Caronte; cierto que ya no están solos y que comparten el cinturón con otros planetitas como Quaoar, Eris, Makamake, Haumea y Sedna (este podría estar más cerca de la nube de Oort que del cinturón).

En el anterior capítulo acabamos con las dos Voyager orbitando alrededor de Saturno. Es hora de continuar el relato.
La 1 orbitó Saturno y sus lunas, y posteriormente partió en una trayectoria elíptica hacia los confines del sistema solar (35 grados fuera del plano eclíptico hacia el norte, en la dirección general del Ápice Solar, la dirección del movimiento del Sol en relación con las estrellas cercanas). Mientras su gemela visitaba Urano y Neptuno, ella ha ido enviando datos del espacio interplanetario.
La 2 sacrificó el estudio más detallado de Titán para aprovechar el impulso gravitacional de este satélite y seguir su camino hacia los otros planetas exteriores. Su trayectoria es de 48 grados hacia el sur fuera del plano eclíptico.

La Voyager 2 logró su máximo acercamiento a Urano en enero de 1986 a 81 500 km de las capas más altas de la atmósfera y evidentemente nos ha dejado una serie de descubrimientos de este lejano planeta:

– Un sistema de débiles anillos (unos 11) alrededor del planeta con una composición muy diferente a los de Saturno y Júpiter, quizás por ser más recientes y de los que sólo se conocían nueve
– Un campo magnético (se desconocía que existiese alguno), condicionado por la inclinación del planeta (tiene los polos a la altura que el resto de planetas tiene el ecuador, está prácticamente tumbado), que se desvía 60 grados del eje del planeta y que avanza siguiendo su rotación con una especie de movimiento de sacacorchos; de intensidad similar al de la Tierra, su orientación hace sospechar de una posible existencia de océanos de agua y hielo en el interior
– La composición del resto de las lunas mayores, un conglomerado de rocas y hielo (como las de Saturno)
– La atmósfera planetaria más fría del sistema solar (se han llegado a medir – 214ºC)
– Una atmósfera compuesta por metano, amoniaco y rastros de hidrocarburos provenientes de la fotolisis del metano y en las capas más externas, hidrógeno molecular y helio
– Que pierde parte de su atmósfera a través de plasmoides (gigantescas burbujas magnéticas de plasma, situadas en la cola de su campo magnético)
– Cinco nuevos satélites: Náyade, Talasa, Despina, Galatea y Proteo
– Imágenes sorprendentes del satélite Miranda, con una mezcla de superficies antiguas y recientes y con cañones entre 10 y 20 km de profundidad

La Voyager 2 logró su máxima aproximación a Neptuno en agosto de 1989 a 4.950 km del planeta. Como era el último a visitar, la NASA decidió un pequeño ajuste en la dirección y velocidad de la sonda para también hacer un sobrevuelo sobre la mayor de sus lunas, Tritón.

Y descubrió:
– una atmósfera compuesta de hidrógeno, helio y metano
– un sistema de cuatro anillos
– una superficie lisa y sin bandas
– una enorme tormenta en la atmósfera del planeta, a la que se ha llamado la Gran Mancha Oscura, que va disminuyendo con el paso de los años y posteriormente se ha descubierto que son bastante frecuentes en Neptuno; curiosamente, estas tormentas se forman en áreas de altas presiones, al contrario que en la Tierra. En los últimos años se trabaja con la hipótesis de que quizás podría ser un enorme agujero en la superficie del planeta
– el “Ojo del Mago”, una tormenta anticiclónica en el hemisferio sur unas cuatro veces más pequeña que la Gran Mancha Oscura
– enormes nubes blancas de metano sobrevolando la superficie
– los vientos huracanados más vertiginosos, alcanzando velocidades de 2400 km/h (los huracanes terrestres sólo llegan a máximos de 500 km/h)
– seis nuevos satélites
– que Tritón, el cuerpo celeste más frío del sistema solar (- 235ºC en su superficie) tiene actividad geológica e incluso geiseres activos; también posee enormes cantidades de nitrógeno bajo la superficie (a esas temperaturas se encuentra en estado líquido) y este al encontrar un orificio de salida sale formando volcanes de hielo.

En este punto se acabó la misión interplanetaria de la NASA. Las dos sondas se dirigen hacia el espacio interestelar y continúan sorprendiéndonos con sus hallazgos en su camino hacia el medio interestelar. Ambas tienen desperfectos e incluso importantes instrumentos dañados, pero aun así nos impresionan con sus nuevas informaciones.
Indiscutiblemente el Sol no es una bola de luz que arde tranquilamente. Nuestra estrella es un horno nuclear excitado que navega por la galaxia a casi 724 000 kilómetros por hora mientras orbita el centro galáctico. Está atravesado por campos magnéticos retorcidos y entrelazados y, por ello, su superficie emite un flujo constante de partículas cargadas llamado viento solar. Este viento sopla en todas las direcciones y lleva consigo el campo magnético solar. Finalmente, el viento solar topa con el medio interestelar, los restos de antiguas explosiones estelares que se encuentran en el espacio entre las estrellas. Ambos no se mezclan bien y el Sol y sus planetas se rodean por la heliosfera, una burbuja de viento solar de unas 100 UA (la Unidad Astronómica es la distancia entre el Sol y la Tierra, unos 150 millones de Km). A la frontera entre el viento solar y el plasma interestelar se le llama heliopausa, después se encuentra el medio interestelar dónde está el cinturón de Kuiper y más al exterior, la nube de Oort, región donde todavía habría objetos afectados por la gravedad del Sol.
La Voyager 1 atravesó la heliopausa en agosto de 2012 y la 2 en noviembre de 2018. Con los datos obtenidos por la Voyager 2 se confirmaron las observaciones hechas por la Voyager 1 y nos ha dejado una nueva estructura de los confines de nuestro sistema solar. Antes de que las sondas llegasen a la heliopausa los científicos ignoraban hasta la distancia en que se encontraba dicho límite.
Pero nuestras gemelas llegaron y de nuevo tenemos hermosos y emocionantes hallazgos:
– que el plasma dentro de la heliosfera es caliente y escaso, mientras que el plasma en el espacio interestelar es más frío y más denso
– que cuando un objeto se acerca a 225 millones de kilómetros de la heliopausa, el plasma que lo rodea se ralentiza, se calienta y aumenta su densidad.
– que la heliosfera protege a la Tierra y a los otros planetas de más del 70% de la radiación cósmica
– que no es cierto que el viento solar se extingue gradualmente según nos adentramos en el espacio interestelar, sino que hay una frontera clara
– que el campo magnético interestelar es casi dos o tres veces más fuerte de lo previsto, lo que a su vez significa que las partículas interestelares ejercen hasta diez veces más presión en nuestra heliosfera de lo que se pensaba
– que el campo magnético en la región más allá de la heliopausa es paralelo al campo magnético dentro de la heliosfera
– que el medio interestelar tiene una temperatura de al menos 30 000 grados Celsius, más caliente de lo esperado
– que la heliopausa es una frontera permeable y que esa fuga va en ambas direcciones
– nos deja una incógnita: cuando la Voyager 1 se acercó a casi 1300 millones de kilómetros de la heliopausa entró en una especie de limbo en el que el viento solar saliente se ralentizaba, en cambio cuando la 2 iba a atravesar la heliopausa observó que el viento solar formaba un tipo de capa completamente diferente pero que, curiosamente, presentaba casi la misma anchura que el limbo observado por su gemela
– es posible que la presión que ejerce el medio interestelar mantenga la heliosfera más o menos esférica (la teoría que cada día adquiere un mayor número de adeptos), pero también que tenga una cola como la de los cometas o forma de cruasán
– que el impacto del Sol va más allá de sus propias fronteras
Actualmente ambas sondas parecen estar en una región de transición perturbada más allá de la heliosfera, aún no se encuentran en el espacio interestelar sin perturbaciones, es decir están aún dentro del sistema solar. La Voyager 1, la más rápida de las dos sondas, se encuentra a más de 22.000 millones de kilómetros del Sol, mientras que la Voyager 2 está a 18.200 millones de kilómetros del Sol. La luz tarda aproximadamente 16 horas y media en viajar de la Voyager 2 a la Tierra. En comparación, la luz que viaja desde el Sol tarda unos ocho minutos en llegar a la Tierra.

Son las sondas que se internaron en el frío. Incluso después de que mueran, las Voyager seguirán su camino hacia las profundidades del espacio. A su velocidad actual, superarán la Nube de Oort en unos 40.000 años y estarán a dos años luz de la Tierra.

Me gustaría acabar este tema citando a Carl Sagan. El gran divulgador científico tuvo una importante participación en este proyecto, sobre todo en la confección del disco de oro que las Voyagers transportan. Y fue el inductor de la imagen superior, el llamado pálido punto azul, insistiendo cansinamente a la NASA para que girara las cámaras de la sonda y pudiesen fotografiar a la Tierra desde esas lejanías del espacio.
“Nuestro planeta es una solitaria mancha en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Asentarnos, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una formadora de humildad y carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de los conceptos humanos que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos mejor los unos a los otros, y de preservar y querer a ese pálido punto azul, el único hogar que siempre hemos conocido”
Fuentes: Enrique Forján (20 Minutos Ciencia), Agencia SINC, George Dvorsky (Gizmodo), Edward C. Stone (Investigador principal Instituciones de origen Subsistema de rayos cósmicos (CRS), NASA), Neel V. Patel, traducido por Ana Milutinovic (MIT Technology Rewiev ), Michael Greshko(National Geographic), Nature Astronomy, Wikipedia, Anna Martí (Xataka), Malen Ruiz de Elvira (Diario El País), Miguel Gilarte Fernández (Diario ABC), A hombros de gigantes, Carl Sagan, Muy Interesante, El Baúl de Astronomía y es posible que alguna más que por imperdonable distracción no he anotado