Vuela alto

Desde niña me enseñaron mis padres que en la vida se aprende tropezando. Como madre que soy es difícil dejar que un hijo tropiece, pero a veces es bueno que solos aprendan las dificultades que la vida nos pone.

Recuerdo que cuando era pequeña viví un acontecimiento que me hizo crecer como persona. Eran las navidades y papá se presentó en casa con una caja de zapatos, parecía estar vacía, apenas pesaba. Cual fue la sorpresa de mi hermana y la mía cuando abrimos aquella caja y vimos unas larvas de gusano, eran chiquitos. Ese día mi padre dijo a sus hijas:

 – Si estos gusanos se quedan en casa tenéis que prometer, que vais a ser responsables de alimentarlos bien todos los días.                                           

Nosotras estábamos felices y prometimos cuidarlos. Esa simple caja nos iba a enseñar valores de la vida como: el compromiso, la responsabilidad, el sacrificio, etc. Cada día íbamos mi hermana y yo con una bolsita a la era donde se encontraba la morera, y cogíamos las hojas de mora, allí nos reuníamos todos los amigos que teníamos gusanos para coger esas deliciosas hojas. Aprendimos a coger las hojas, ya que esos bebés larvas tenían que comer las más tiernas y pequeñitas; si eran grandes nosotras nos encargábamos de partirla. La caja debía estar en un lugar seco, y a la vez fresco y alejados de la luz directa del sol. Esos pequeños seres vivos me enseñaron el paso de la vida del ser humano, los gusanos eran bebés y comían esas hojas pequeñas para crecer. Los niños pequeños (bebés) toman leche materna, algo suave para ir creciendo. Nos pasábamos horas mirándolos como su cuerpo estaba hecho de fragmentos y con el tiempo supimos distinguir el macho de la hembra, las hembras eran más grandes y poseían unas manchas negras adelante y detrás de sus fragmentos.  La caja de cartón y su dureza era su mejor medio de vivir, las hojas que les echábamos debían de estar siempre secas, para que no fermentasen y tenían que tener una temperatura ambiente.

Nuestros padres nos aplaudían por el buen cuidado que estaban teniendo los gusanos, nos estábamos convirtiendo en niñas con una responsabilidad. En un mes fuimos viendo la transformación del gusano a capullo y como iban tejiendo esos filamentos de seda. Con ello comprendimos las etapas de la vida: bebé, adolescente, adulto, mayor. Es decir, el gusano se estaba convirtiendo en huevo, había pasado de ser larva, crisálida y convertirse en mariposa. Invierno, primavera, verano y otoño, otra forma de ver las diferentes estaciones del año.

La experiencia que nos dio esa simple caja nunca la olvidamos. A medida que iban creciendo los gusanos les cambiamos a una caja más grande, eran cuando más comían, los alimentábamos cuatro veces al día, pasaron después por la fase que apenas comían y su cuerpo se fue tornando más amarillo traslúcido, ellos solos se iban purgado de su contenido intestinal. En ese momento buscaron los lugares más altos de la caja para poner sus capullo y comenzar a tejer el capullo. Vimos en esa caja, que para nosotras era mágica el paso de la vida a la muerte, para transformarse de nuevo en vida. Después de tres semanas, todo dependía de la temperatura exterior y del tamaño de la polilla que salía a mariposa, y era en ese momento cuando nosotras le dábamos su libertad, dejándolas volar. Ese regalo de papá nos ayudó a madurar.       

Moraleja: No olvidemos que, a veces, los regalos no tienen que ser los más caros para hacer a un niño feliz.


© Mpiliescritora
Imagen de ivabalk en Pixabay

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