Y la Ilustración llegó a Nueva Granada
De nuevo aparece un hombre siendo el protagonista de mi artículo. Hasta ahora por aquí han pasado un escritor de ciencia ficción y divulgador cultural (Isaac Asimov) y un astrofísico que con sus libros, conferencias y programas de televisión puso el universo a nuestro alcance (Carl Sagan). A cambio han sido seis (si las cuentas no me fallan) las mujeres a las que he dedicado un capítulo de mi Con ciencia, y tiene su lógica; como comentaba el otro día con un amigo, la ciencia aún peca de un soterrado machismo cuasi decimonónico (en muchísimas ocasiones incluso demasiado evidente) donde se aprovechan los resultados de la investigaciones llevadas por mujeres, pero ignorándolas, olvidándolas, sin -por supuesto- dar a conocer sus nombres y méritos, como si al científico de turno le hubiese llegado la inspiración divina que le encumbra de golpe hasta el olimpo de los elegidos. Pero, vamos a lo que vamos, es el momento de hablar de él, de nuestro botánico (una pista, para ir haciendo boca) del siglo XVIII.
Desde que hace unos cuantos años hice un curso on line sobre la historia de la ciencia, siento auténtica fascinación, rayana en el fervor, de la ciencia del siglo XVIII. Esa que procuró olvidar el oscurantismo científico de la Edad Media para pasar a la claridad que la observación, el estudio y el empirismo procuraban; por algo se le llamó la Ilustración y a su época, el siglo de las Luces. Pero no fue fácil derribar todos los muros que los acaudalados estamentos medievales (nobleza y clero) habían levantado y reforzado durante muchos siglos, porque en definitiva lo que se estaban jugando era el Poder, y a todos los gobernantes les interesa y seduce que los sabios les respalden con sus saberes, tesis y descubrimientos, que así es más difícil rebatir las ordenanzas de los que mandan.
La Ilustración trajo una nueva metodología impregnada de las tesis de Copérnico y Newton -los pilares fundamentales- y asentada en el eclecticismo, es decir, con cabida para todo tipo de teorías, estilos e ideas, con una nueva actitud ante el mundo y la vida; se rechazaba el fanatismo y la credulidad inherente a la ignorancia. Porque lo importante era inspirar la vida con la luz de la ciencia. En estos tiempos Cádiz era unos de los puertos más cosmopolitas de Europa y donde convergían las operaciones comerciales con el continente americano (habían pasado poco más dos siglos desde que se había descubierto y del que aún se ignoraba casi todo). Y en esta ciudad nació el 6 de abril de 1732 nuestro protagonista, José Celestino Mutis y Bossio. Su infancia transcurrió entre juegos, los libros de la tienda de su padre y un universo familiar lleno de mujeres y religiosidad. Comienza a estudiar con los jesuitas y en 1749 fue admitido en el colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz. Es interesante mencionar que por entonces la cirugía y la medicina se estudiaban como ramas científicas diferentes y totalmente desligadas, tanto que los cirujanos no solían tener ni las más mínimas nociones de anatomía. Fue este el primer centro en España en enseñar el arte de operar gracias a la tenacidad del Cirujano Primero de la Armada Pedro Virgili, gran cirujano e innovador en esta rama de la ciencia y que además fundó el jardín botánico de Cádiz, facilitando el aprendizaje de la botánica para posteriores aplicaciones medicinales. Otro punto curioso es que para estudiar medicina era preciso obtener el grado de bachiller en Artes y Filosofía y como en este colegio no podía cursarlo, Celestino marchó a Sevilla. Otras fuentes consultadas dicen que sus ausencias en clase debido a su delicada salud le impidieron obtener el título y que en Sevilla esos estudios eran más asequibles. Logró el título en 1753 y lo revalidó en 1757 tras varios años de prácticas en el Hospital Real de la Marina de Cádiz. Se trasladó entonces a Madrid donde obtuvo el título de médico del Real Proto-Medicato de Madrid, bajo la tutela de Andrés Piquer, la mayor eminencia de la medicina española de la época. Allí participa muy activamente en tertulias donde se leían disertaciones de historia, geografía, física, matemática y otras disciplinas y se discutían nuevos inventos y aplicaciones de la ciencia en medicina, salubridad, agricultura, industria, construcción naval y otras diversas áreas, y continúa formándose en astronomía y botánica mientras ejerce la docencia como suplente de la cátedra de anatomía. Se relaciona con importantes científicos y pensadores españoles de la época, los ilustrados españoles, que mantienen constantes e intensos vínculos con otros científicos europeos. Así tiene como mentores e instructores, además de las citadas eminencias médicas, al botánico Miguel Barnades (en el Jardín Botánico del Soto de Migas Calientes, precursor del Real Jardín Botánico de Madrid) y al astrónomo Jorge Juan de Santacilia, pionero y promotor con Antonio de Ulloa del redescubrimiento científico de América. Incluso conoce y se codea con alumnos y colaboradores de Carlos Linneo, el botánico sueco padre de la clasificación taxonómica binomial, la que permite conocer a los seres vivos por su género y especie. En 1760, tras rechazar una beca de especialización en París es nombrado médico de cámara de la Corte y acepta ser el médico del nuevo virrey de Nueva Granada (las tierras que hoy día corresponden a Colombia y Venezuela), Pedro Messía de la Cerda. Mutis parte de España el 7 de septiembre de 1760 y nunca más volvería a pisar nuestro país, ya que moriría en Santafé de Bogotá el 11 de septiembre de 1808.

La exuberante vida de la colonia, tanto botánica como zoológica, le atrapan de inmediato, y asimismo le sorprende la situación de las enseñanzas superiores en aquella región; la pedagogía que se inculcaba en las escuelas y seminarios era heredera del Concilio de Trento de 1530 y estaba centrada en el aristotelismo y la escolástica tardía, sin ninguna explicación científica de la realidad. Él se dedicó a las observaciones astronómicas, a recolectar plantas con las que fue formando un herbario, comprobar gran parte de lo estipulado en obras escritas sobre América y a estudiar la quina (sus propiedades curativas y su posible provecho económico), sin olvidar el establecimiento de instituciones académicas acordes a los nuevos tiempos y métodos de las lejanas España y Europa. En marzo de 1762 durante la inauguración de la cátedra de Matemáticas del Colegio del Rosario, expuso los principios del sistema de Copérnico, de la ciencia moderna y del método experimental lo cual le valió una denuncia ante la Inquisición, pero el tribunal le absolvió; y ante las mismas instancias tuvo que volver a defender en 1773 la conveniencia de la enseñanza de los principios copernicanos, así como de la física y matemática modernas, inspiradas en Isaac Newton… y en 1774, y en 1801, que fue cuando la causa fue finalmente archivada. Cabe destacar que, en 1770, Mutis se ordena sacerdote, empujado bien por su fe o por un intento de zafarse de la persecución de los dominicos. Como anécdota, intentó la traducción al español de los Principia de Newton, pero la falta de apoyo y de imprentas en el territorio americano impidieron dicha traducción, que no se publicó hasta después de 1980 (no, no me he equivocado en la fecha).
En 1763 y 1764 propone a la Corona la realización de una expedición botánica por el territorio de Nueva Granada, posiblemente inspirado por la realizada por Francisco Hernández (1517-1587) durante el reinado de Felipe II, o la de Pehr Löfling (1729-1756), discípulo de Linneo. Pero no recibe ninguna respuesta; no es hasta 1783 cuando Carlos III autoriza la Real Expedición Botánica del Virreinato del Nuevo Reino de Granada (promovida en esta ocasión por el propio virrey, que en esos momentos era el arzobispo Antonio Caballero y Góngora) con Mutis como director y una asignación anual de 2000 escudos (algunas fuentes hablan de pesos pero no me han llegado a convencer esa moneda). Es bastante probable que el permiso solicitado por el emperador José I a la Corte española para que cuatro viajeros alemanes pudieran trasladarse a América tuviese mucho que ver con la premura que se resolvió el asunto de la expedición largamente reclamada por Mutis. También influiría la realizado pocos años antes (1777) por Ruiz y Pavón en Perú y que en esos momentos aún estaba en desarrollo.
Pero volvamos a esos años que transcurrieron entre las primeras peticiones y el año 1783. Mutis, a pesar de su relativa mala salud, despliega una actividad que abarca muy diferentes campos destacando en todos ellos; su saber engloba la matemática, la medicina, la inmunología, la lingüística, la astronomía, la taxonomía, la botánica, la mineralogía, la historia natural en general y la ecología entre otras disciplinas además de ser un docente aclamado, lo que lo convirtió en una de las figuras capitales de la Ilustración española e hispanoamericana. Merece la pena destacar la cantidad de brillantes científicos y artistas que siguieron sus trabajos y expandieron sus ideas; muchos de sus discípulos serían posteriormente líderes destacados en la independencia de Colombia.
Como médico, impulsó un plan para implantar la medicina social en el país, a base de profesionalizar la medicina, controlando a los que la ejercían (existían muchos pseudocientíficos y títulos falsos, amparándose en que venían de otros países). Durante la epidemia de viruela de 1782, siguiendo los consejos de un anciano sacerdote de Sopó, investigó el uso de cepas debilitadas de la enfermedad inoculadas en personas sanas y, dada la incredulidad de la gente, hizo el experimento en sí mismo; inoculó también de esta forma a algunos de sus alumnos y a 36 niños enfermos del orfanato San Juan de Dios. Al cabo de unos días ni él ni sus discípulos habían enfermado y en los niños empezaba a apreciarse la mejoría. Esta prueba convenció a unas mil personas, que accedieron a probar el método y sobrevivieron por ello. El éxito de la campaña convenció también al virrey Caballero y Góngora, quien estableció decretos para sistematizar las vacunaciones en situaciones de epidemia. Más tarde, para enfrentar la lepra elefancíaca, muy extendida en Nueva Granada, solicitó a las autoridades que encargaran a especialistas investigar el tipo de aceite de palma que se usaba en África para calmar los dolores de dicha enfermedad.
A instancias de Carlos III (previo encargo de la zarina Catalina la Grande de Rusia, una más que reconocida ilustrada) se le encargó a Mutis que facilitara gramáticas y vocabularios de las lenguas americanas; se recopilaron las gramáticas chibcha, mosca y saliba y el diccionario de lengua achagua. El rey fue consciente de su enorme valor y decidió no entregárselos a Catalina, y ordenó su ingreso en la Librería de Cámara en 1787. En 1928 se publicó su catálogo bajo el título de Lenguas de América, ya que en la colección se encuentran más de los mencionados, escritos por otras personas y que Mutis reunió, considerando que un vocabulario debía constar de por lo menos cien palabras. Son diecinueve los volúmenes con vocabularios y gramáticas, escuetos de extensión que entraron en la Real Biblioteca en febrero de 1789.

La mayor contribución científica de Mutis fue en botánica. La Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada se inició oficialmente en 1783 y se prolongó durante 34 años. Mutis dejó por completo sus actividades médicas para centrarse en la enorme tarea que representaba inventariar un territorio que se extendía desde el istmo de Darién, en Panamá, hasta la selva amazónica, con zonas tropicales de clima muy caluroso y otras frías situadas en mesetas de más de 2.000 metros de altura; finalmente abarcó una superficie mucho menor, unos 8.000 kilómetros cuadrados del centro de la actual Colombia en torno al río Magdalena pero sus intereses fueron más allá de la flora y también incluyeron aspectos de geografía, astronomía, zoología y minería. Uno de los objetivos era obtener recursos útiles que pudieran mejorar la economía del virreinato.
El término expedición no debe entenderse como un campamento en movimiento, como sucede actualmente, sino más bien como un instituto o estación de investigación con una ubicación fija. En este caso hubo dos sedes, en los primeros 8 años fue Mariquita y posteriormente la capital, Santafé. El primer trabajo que realizaban era salir al campo para recolectar especies para la confección de un herbario, una actividad que permitió la catalogación de numerosas especies desconocidas hasta entonces para la ciencia. Con posterioridad, las plantas eran distribuidas entre un equipo de dibujantes y pintores para que realizaran una copia. Varios de ellos eran artistas de renombre, como Pablo Antonio García del Campo, Francisco Javier Matis -calificado por Humboldt como el mejor ilustrador botánico del mundo- o Salvador Rizo, mientras que otros eran colaboradores eventuales. Esas representaciones adquirieron un valor dominante entre todos las labores, convirtiéndose en el eje central de la expedición. Las ilustraciones se caracterizaronn por una cuidada composición artística, en la que se combinan la búsqueda de la belleza y la fidelidad a las características del objeto representado, el denominado como estilo Mutis. La imagen se distribuye en torno a un eje central de simetría y una técnica refinada en el uso cromático de rojos y verdes.
Mutis siempre tuvo la intención de que su obra debería permanecer en Nueva Granada, pero la situación política en los años posteriores a su muerte, con la proclamación republicana de 1811, impidió que se cumplieran sus deseos. En 1817, el general Pablo Morillo, enviado a sofocar las revueltas independentistas, remitió a España gran parte de los materiales incautados a los miembros de la Expedición, un total de 104 baúles que contenían semillas, minerales, maderas y la práctica totalidad de la colección iconográfica. Curiosamente, el primero en examinar el legado fue Ellsworth Payne Killip, conservador de la Institución Smithsoniana de Washington, durante una visita a Madrid en 1932.
Logró que se construyera el Observatorio Astronómico de Bogotá en 1802, siendo nombrado el primer director de la entidad, la máxima expresión de asentamiento de la disciplina de la astronomía en el Nuevo Reino de Granada y en toda América central y meridional.
También actuó como embajador o gestor de redes de intelectuales y de científicos; mantuvo una nutrida comunicación con científicos europeos, como Carlos Linneo, Carlos Alstroemer y Antonio José Cavanilles. Fue designado académico de Upsala y algunas de sus reseñas científicas fueron publicadas en revistas suecas; incluso el hijo de Linneo introdujo el género Mutisia en su honor. Humboldt le visitó en 1801 acompañado por Aimé Bonpland, permaneciendo ambos en Bogotá durante varios meses. En aquella época Mutis era considerado quizás la mayor autoridad viviente en flora sudamericana. Su biblioteca botánica, con veinte mil plantas y seis mil láminas de gran calidad (que se publicarían en 1955), sólo era superada por la del británico Banks. Fue el descubridor de la quinina en Nueva Granada, el primero en describir correctamente el género Cinchona, e hizo importantes estudios sobre la quinina y el control de la malaria, siendo quizás el primero en reconocer las virtudes medicinales de la quina.
El aporte de Mutis al desarrollo de la ciencia universal no resulta una tarea fácil, por la diversidad de aportaciones disciplinarias que nos ha legado y por su participación en tan diversas disciplinas. Pero lo que sí es evidente, es que este hombre es un típico exponente de los científicos ilustrados que se caracterizaban por dominar amplios espectros del saber científico de su tiempo.
Celestino Mutis ha sido para mí una auténtica revelación; un científico reconocido mundialmente en su época, precisamente la de la Ilustración, que pasa totalmente desapercibido en la actualidad, camuflado entre tantas grandes figuras con las que les tocó compartir tiempos. Espero que disfrutéis y os espero por estas páginas el mes que viene, que ya queda poco para el tercer aniversario.
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